24 junio 2008

Alerta roja: La violencia en tu relación

Por Hernán Paniagua
Desde el Diván, Anodis.com


Creer que la violencia en la pareja solamente se da en las relaciones heterosexuales tradicionales impide darse cuenta de que en los gays y lesbianas también existe. El sarcasmo, el perreo, el chantaje emocional, entre otros, son actos violentos.

Categóricamente, violencia es impedirle a alguien la posibilidad de satisfacer sus necesidades, desde las más básicas hasta las que son un complemento para su estilo de vida. Cuando busco información en Internet acerca de la violencia, encuentro multitud de trabajos que la definen a partir de diferentes marcos; tenemos que la violencia puede ser efectivamente física, puede ser verbal, sexual, emocional, económica, psicológica, etcétera. Pero finalmente la violencia es violencia.

De entre los ensayos que he leído a este respecto, he encontrado descrito a detalle como el agresor humilla, coerciona, manipula o menosprecia a la víctima, y de forma recurrente la estructura es esa: hay un hombre que hace ejercicio de poder sobre una mujer, en un escenario cultural en el que a nadie le sorprende que sean ellos quienes victimicen a ellas.

Pero, ¿realmente siempre ocurre de esa manera? Creo que apostarle todo a esta idea nos pone en riesgo de normalizar la violencia que ejercemos y de la que somos objeto.

Mencionar que la nuestra es una sociedad que exalta la violencia, es algo que a muy pocos los dejaría sorprendidos: el cine más taquillero es el que incluye mayor cantidad de escenas de agresión entre los personajes y gran porcentaje de campañas publicitarias plantean jerarquías de poder entre los consumidores, los noticieros anuncian cotidianamente asaltos en el vecindario, guerras en el extranjero y la muerte de un parroquiano en manos de algún otro.

Todo esto promueve las actitudes violentas, particularmente cuando no nos detenemos a reflexionarlo. Sobre lo anterior es, efectivamente, sencillo hacer una reflexión, pero igualmente promueven las actitudes violentas las veces en que un padre le brinda al niño un generoso zape por haberse equivocado, o en las que una madre le grita al desorientado chamaco improperios denigrantes que se irán directamente contra su autoestima.

Ambas situaciones y muchas otras de calibre similar, nos son tan cotidianas que difícilmente reflexionamos acerca de ellas. Por fuerza de la costumbre, terminamos por aceptarlas como “normales”, y por ello, también adecuadas. Hombres y mujeres crecemos en este escenario, unos y otras asumimos que la más eficiente manera de relacionarnos es por medio de la imposición de nuestras posturas, ideas o estilos de hacer. La violencia es el acto de obligar al otro a satisfacer nuestras necesidades, y es un error en el que los hombres pueden caer con facilidad, y con esa misma facilidad también las mujeres.

Es cierto que nuestra cultura establece una jerarquización arbitraria entre los géneros: masculino por encima de lo femenino, pero eso no equivale a que serán siempre los hombres quienes ejercerán la violencia y siempre las mujeres quienes serán objeto de ella; a lo único que equivale es a que cada cual ejercerá la violencia de forma distinta. El cliché de que la violencia va inalienablemente de ellos hacia ellas proviene de una manera de pensar centrada en el modelo heterosexual, en el que se asume que la mujer posee una naturaleza de víctima, que es masoquista, y el hombre es, mientras tanto, sádico por naturaleza y victimario.

Si esto fuera correcto, en las parejas gays y lesbianas no existiría la violencia; pero existe. Unos y otras tendemos a ser violentos de diferente forma: por la educación que hemos recibido, los hombres tendemos a ejercer el poder de manera predominantemente física, las mujeres de manera emocional o psicológica. Quizá dicho así no le suene familiar a nadie, pero puedo explicarlo diferente: el sarcasmo, el perreo, el chantaje emocional, el sexo obligado, la discriminación son también caras de la violencia, los reclamos lanzados como indirecta, las pequeñas venganzas de cotidiano, los celos mediante los que le impedimos salir a ver a sus amig@s. Todas estas son actitudes mediante las que obligamos al otro a actuar conforme nuestras necesidades y a no satisfacer las suyas.

Creer que la violencia en la pareja solamente se da en las relaciones heterosexuales tradicionales impide identificar los momentos en los que participamos en una dinámica violenta, ya sea como víctimas o como victimarios. Debemos tener claro que hombres y mujeres podemos cometer errores de este tipo, aún si nuestra relación de pareja es gay, lesbiana o heterosexual. Usualmente la violencia aparece enmascarada como juego, el sarcasmo es un ejemplo. Pero aunque se maneje como un juego, aparentemente inocente y sin dolo, los comentarios o acciones agresivas generan las heridas correspondientes y a quien las ha recibido lo motivan a actuar en consecuencia, respondiendo al velado agresor en los mismos términos.

Al final quedan dos personas heridas y un vínculo muerto que otrora los uniera. Ser violento es sencillo, es aplaudido por nuestra sociedad y constantemente reforzado por la cultura; ser asertivo no lo es tan fácil, pero es la única vía para sostener relaciones igualitarias basadas en la solidaridad y el cariño.

No hay comentarios: