21 julio 2008

Decir adiós puede ser el inicio de un mejor amor

Estos días he estado platicando mucho con mi amiga Olga, una mujer inteligente, sensible y madura con la que puedo hablar de todo. Esta vez debatíamos sobre el amor. Pareciera como si este tema jamás se pudiera agotar, y es que tiene tantos matices y tantas cosas para explorar y crecer que por ello es uno de los motores que mas enriquecen la vida.

En alguna de nuestras pláticas recordamos nuestras relaciones. Algunas no han sido gratas, pero sí han sido enriquecedoras, porque hemos sacado provecho de ellas. No las vivimos por vivir, vivimos y aprendemos, aprovechamos para no estancarnos.

Creo que todos conocemos personas que viven encadenadas a una relación que desgasta más de lo que aporta. Personas que saben que ya no hay futuros de tranquilidad y metas pero, desperdician momentos que no vuelven, en darle vueltas a situaciones que pueden evitarse con un adiós.

Cuánto cuesta decir adiós, tanto que parecería que se prefiere vivir añorando pasados que no regresarán, o aguantar maltratos, ofensas, discusiones eternas, celos, que sólo gastan tiempo de nuestras vidas. A veces se prefiere perder vida en círculos viciosos, que llorar un poco, seguir y crecer.

Incluso han salido amigos o amigas de mi vida por alguna relación que no han sabido terminar a tiempo. Déjenme contarles.

Me viene a la cabeza Mayra, una mujer extraordinaria, que yo quería profundamente y admiraba otro tanto. Era inteligente, independiente, siempre luchando por un futuro mejor, ayudando a su familia y creciendo. Comenzó una relación con un hombre que no quería del todo, pero que le brindaba comodidad emocional. Estuvo con él dos años de su vida, en los que Joel, así se llama, le prohibió hablarme porque le daban celos (¿habría que recordarle que soy gay o habrá que explicarle la amistad y darle un curso antimachista?). Ella lo permitió y me saludaba sólo si él no la veía. A lo largo de esa relación se fue quedando sola, perdió amigos, y vivió violencia física, psicológica y verbal. Dijo adiós varias veces, y siempre regresó. Hasta que no pudo más y, después de tanto miedo y dolor, hizo lo inevitable y sensato: decir adiós.

Olga recuerda a Gerardo, un amigo muy lindo que llegué a conocer, más o menos de mi edad. Hace como un año o más, comenzó una relación llena de celos. Recuerdo que, cuando hablé de la libertad en el amor, el me escribió diciéndome que cómo se hacía, porque él estaba lleno de celos y con su novio las cosas no iban bien.

Llegó a decirme que con mi artículo fomentaba la infidelidad. Por amigos en común, Olga se enteró que sigue en esa relación y los celos los han absorbido tanto que su mundo sólo es su novio. Muchas veces ha pensado cortar eso, pero teme el adiós.

Y por último, tengo muy presente a Cecilia. Una mujer con la que iba construyendo una amistad buena, en la que había confianza y momentos lindos por compartir. Ella lleva más de dos años en una relación a larga distancia.

Ella vive en México y su novio (o no sé ya en qué situación estén) en EU. En un principio hablamos mucho del tema, la escuchamos siempre que lo necesitó, la apoyamos, pero llego a ser estresante ver como sus pensamientos y pláticas se reducían sólo a hablar de Ernesto, y las mil confusiones en la que viven.

Muchas veces incluso llegaron a detectar que las cosas no estaban bien, sólo para volver a cerrar los ojos. Ninguno de los dos siente amor, sólo apego y co-dependencia, patologías fácilmente confundibles con el amor, y aunque ambos lo reconocen siguen ahí engañándose.

En ambos casos, incluso quienes viven las historias, han reconocido al adiós como una alternativa para terminar con una relación desgastante, dolorosa, tortuosa.

Pero el miedo y los constantes cortes y regresos han permitido crear círculos viciosos, o incluso círculos de violencia, donde se gestan los problemas, se estalla en golpes, pleitos, resentimientos, y se termina con jurar que todo cambiará, hay regalos, palabras bonitas, promesas, y se vuelve a empezar sólo para comenzar a vivirlo y cada vez más profundo.

Recuerdo mucho una frase de Olga: “hay que ser egoístas con uno mismo ante el dolor”. Es cierto, no hay que temerle y hay que vivirlo, sólo es un matiz más de vida. Pero tampoco hay que estacionarnos en él. Ahorremos dolor, la vida es corta y puede ser tan bella o tétrica como cada quien lo decida.

Es mejor decir adiós. Lo sé, no es fácil, es doloroso. Pero ¿vivir discutiendo, ofendiendo, celando, sufriendo o no teniendo las cosas claras, no duele más?

El adiós puede ser el comienzo. El inicio del encuentro con nosotros mismos, un punto de partida hacia mejores relaciones. El amor no tiene por qué doler, ni ser una pelea para mantener la unión con alguien. Inténtalo, atrévete a amar, a ser claro contigo mismos y buscar lo que es mejor para cada quien. Inténtalo, pero tampoco eternamente.

Razona más, sufre menos.

(Fuente: Luis Miguel Bernal - Adonis.com)

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