El amor es ciego porque en ese encuentro inicial en el que empezamos a enamorarnos, la primera impresión es tremendamente resistente a la comparación que haremos con la realidad; habrá una versión real y otra imaginaria de nuestra pareja.
En el principio de los tiempos, se dice, todos los sentimientos humanos se reunieron en un fastuoso jardín, y ahí, según se cuenta, tuvieron a bien jugar a las escondidas. Al llegarle a la locura el turno de encontrar a los otros, dejó al final al amor, a quién quiso sorprender en su escondite en lo alto de un frondoso rosal.
El desastre sobrevino cuando en un ataque de euforia, la locura zarandeó el tronco de la planta hasta causar la pérdida del equilibrio del amor, quien se precipitó rosal abajo clavándose todas y cada una de las espinas que se interpusieron a su descenso.
Algunas de estas entraron en sus ojos, lo que es, sin duda, una imagen por demás desagradable, y cuando el maltrecho sentimiento por fin aterrizó en el césped se encontraba absoluta y completamente ciego.
Y no era para menos, luego de algunos cientos de espinas, estaba como para darse de santos por haber quedado nada más invidente.
El hecho es que la locura, quien al parecer guardaba aún un poco de decencia, apenada como estaba le dijo al amor que en adelante sería su lazarillo, en un, digamos, parco intento por resarcir el daño que su negligencia le había causado.
Por esta razón el amor es ciego, o al menos puede ser esa una explicación, que si es contada por otra persona que no sea yo, probablemente cobrará un cariz mucho más romántico.
Si fuera, empero, necesario dar otra razón por la que el amor pudiera padecer de una determinada debilidad visual, los derroteros explicativos a los que debiéramos recurrir pueden irse en una dirección muy distinta.
Cuando se dice que el amor es ciego, el folclore contemporáneo hace referencia a la incapacidad de los enamorados para ver a su pareja tal cuál es: le perdona sus errores, ignora sus defectos y todo lo que concierne a su relación lo ve, en general, con variadas tonalidades de rosa. “C’est l’amour”, o más específicamente, este es el enamoramiento.
Durante esta etapa inicial del amor, el otro te apantalla, mueve tu pasión como el director de una orquesta mueve las notas de una sinfonía; todo es bonito, excitante y lleno de bellas expectativas.
Pero retrocedamos un poco. Cuando conocemos a cualquier persona, nos damos una idea de cómo es ella por el modo en que viste, la forma en que habla y se comunica, las cosas que dice y etcétera.
De ahí, casi inmediatamente, le adjudicamos una especie de etiqueta para tener una pista del modo en que a esa mujer o ese hombre podemos tratarle; posteriormente rectificaremos o ratificaremos la primera impresión que el encuentro nos causó, comparando la idea que tenemos del otro con la presencia tangible de la persona misma.
Así, nosotros vamos actualizando la idea que tenemos de ella para que en algún momento, al menos en teoría, podamos creer que la imagen que tenemos describe completamente a la persona en cuestión. A ese proceso le llamamos “conocer a alguien”.
En este proceso de conocer a la gente, ya se traten de nuestros amigos, compañeros del trabajo, nuestra pareja o demás personas con las cuales interactuamos regularmente, vamos efectivamente corrigiendo las primeras impresiones que nos hemos formado de cada uno de ellos.
Hay excepciones, porque puede suceder alguna vez, que nuestra primera impresión de alguien sea tan desagradable, que no queramos saber nada más de ella: “nos cayó gorda”, decimos, y entonces no vamos a dar la oportunidad de checar que tan correcta es esa primera impresión.
Puede pasar también lo contrario, cuando una nueva persona aparece en nuestra vida y su forma de ser nos fascina, su aspecto nos encanta y todo lo cuanto él o ella es, al menos en ese primer encuentro, nos deja, en pocas palabras: como estúpidos. Nos enamoramos.
Nos deja tan impresionados que tras la primera impresión, que será difícil y tardado ver a la persona tal cual es, porque la idea que nos hayamos formado se estará interponiendo entre ella y tú continuamente.
El amor es ciego porque en ese encuentro inicial en el que empezamos a enamorarnos, la primera impresión es tremendamente resistente a la comparación que haremos con la realidad; al menos durante el enamoramiento, habrá una versión real y otra imaginaria de nuestra pareja, una que es falible y otra, por que es simplemente nuestra propia idea entusiasta, es perfecta. El detalle está en ir aproximando una versión a la otra, para que, llegado el momento tengamos una sola versión del otro y no más de una.
¿Cómo es esa idea que nos formamos de la otra persona? Precisamente se compone de lo que esperamos de ella, de cómo nos explicamos su comportamiento, de las cualidades que creemos encontrar en ella y del modo en que nos sentimos cuando estamos en su compañía.
De todas éstas, las tres primeras pueden estar equivocadas, y si no revisamos que tan atinados andamos en como le definimos, pudiera ser que ya siendo nuestra pareja mantengamos hacia ella expectativas equivocadas, malinterpretemos su comportamiento y creamos conocerle, cuando en realidad no le conocemos en lo absoluto; y cuando a nuestra mente llega su recuerdo, lo que recordamos es la idea que nos hicimos, y que tiene más que ver con nosotros que ella.
¿Te ha sucedido que buscas afanosamente un regalo que, cuando se lo das, no le gusta para nada?, ¿te ha pasado que cuando te platica una anécdota, tú no le das importancia por que crees que no es importante, cuando en realidad es importantísima? La única manera de no volvernos ciegos a nuestra pareja y terminar relacionándonos con una idea bonita que sólo existe en nuestra cabeza, es relacionarnos siempre con ella como si se tratara de alguien nuevo:
Pregúntale con interés acerca de su día, sobre sus amigos, al respecto de sus intereses y cuanto se te ocurra. Ten siempre presente que aunque compartan un mismo techo y se vean al amanecer y al regresar a la cama, jamás va a dejar de sorprenderte, siempre habrá algo nuevo por descubrir en él, ella o en los demás. Y tú jamás dejarás de sorprenderle. Pregúntale frecuentemente qué idea tiene de ti, para que sepas cuánto, a su vez, te ve a ti con objetividad.
Es fácil hacernos ideas falsas de los demás, irónicamente, en especial cuando los ves día a día, pues no importa lo bueno que seas, o lo buena, para leer a la gente, los seres humanos somos criaturas mutantes que cambian a cada instante, y más tardamos en conocernos que ya hemos cambiado nuevamente.
Así que, si ayer ya tenías la imagen correcta de esa persona que es tan cercana a tus sentimientos, probablemente hoy tengas que empezar a conocerla de nuevo y continuar sorprendiéndote. Aquí yace la belleza del asunto, que dentro de nuestras relaciones con los demás, no hay ni una posibilidad para aburrirse; sólo recuerda la clave: no dejes que tu amor se quede ciego.
(Fuente: anodis.com)
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