16 julio 2009

Testimonio: "Soy mujer transexual y además con orgullo mujer lesbiana"

Testimonio autobiográfico que no necesita mayor presentación, el título lo traduce todo, bastante extenso eso sí, nos hace ver las cosas desde otro ángulo, desde el de nuestra protagonista. Ahora sí, es hora de abrir la mente.

UNA HISTORIA DE VIDA Y AMOR TRANSEXUAL
UNA MODESTA EXPLICACION PERSONAL DEL PORQUÉ DE ESTAS COSAS

Por Haizea Caballero Ruiz

Sevilla 12 de enero de 2008


Me llamo Aire nací en una mañana gris de abril de 1969, a la 1 y media de la tarde, Lloré al nuevo mundo que me vio asomar del vientre de mi madre, fue ese llanto el preludio de lo que más tarde sería mi vida.

La matrona que cuando vio que adornaba mi desnudez con las dotes del poderoso, dijo a mis padres, “es un niño”, llenos de amor y cariño celebraron el acontecimiento de la llegada de su primogénito, las ruedas dentadas del sistema comenzaron a girar con sus dientes engranados bajo los estrictos ajustes del maestro relojero, donde todo tiene su momento y cada momento tiene su razón.

Acicalaron mis ropas con azules, también lo hicieron en el lecho, y comenzaron a idear un camino para mis pasos, un futuro que yo no sospechaba. Levantaron el fruto de su amor al cielo y mostraron a todos aquellos que les rodeaban que Aire sería el orgullo, la continuidad de su apellido, el que ellos deseaban como primer fruto.

Miraba complacida, no sospechaba nada, sólo sabía del calor del pecho de mi madre, del sustento que satisfacía mis necesidades, era feliz y mis padres conmigo, era su hijo varón.

Crecí con mis hermanas y padres, y ya desde pequeña no entendía como había cosas que yo no debía hacer ni tan siquiera mirar, mis hermanas me procuraban envidia, hacían y tenían cosas que yo quería, pero mis padres decían con amor y cariño que no eran para mi, que había un mundo hecho a medida, a la medida de lo que ellos también habían aprendido para su hijo, como les enseñaron a su vez sus padres y los padres de éstos y así sin fin.

Cuando ya tenía 4 ó 5 años pasaba gran parte de los fines de semana y los veranos en la casa del pueblo donde vivía la abuela, me pasaba el día husmeando entre las faldas de mama y de la abuela, acudía con ellas a las reuniones de las mujeres del pueblo, jugábamos a las cartas con pesetitas, y adoraba que elogiaran mi rubia melena y mi cara de ángel, de alguna manera me sentía a gusto entre esas personas. También mi padre cuando llegaba de sus obligaciones se encargaba de pasearme en los ambientes que él suponía serían los de su hijo, bodegas, reuniones en el bar y demás lugares para los hombres hechos y derechos, digamos que aquellos que son para ellos, donde se vetaba la entrada de las que yo suponía como iguales, pero aborrecía esos encuentros, desconocía el motivo pero no me gustaban.

Y así transcurrían los veranos lánguidos y constructivos, entre dos mundos tan diferentes, que me mostraban cosas tan dispares que me procuraban sensaciones tan contradictorias como sorprendentes y contrapuestas, aprendí a ser lo que debía pero también aprendí a hurtadillas a ser lo que me sentía, revolvía en los baúles del alto de mi abuela en busca de tesoros y los encontraba, eran los atuendos de grandes señoras que apolillados yacían en los fondos de esas cajas que fueron mi secreto durante años, gustaba de jugar con esas ropas, de presumirme ante un viejo espejo en aquel alto, en aquel que fue mi santuario y lugar del miedo durante años, cuando alzaba el paso por las escaleras hacia aquel cuarto piso el corazón me latía como si hubiera roto a correr como una loca, estallaba en mi pecho una mezcla de miedo y felicidad, aunque creo que fue el lugar donde comencé a ser yo misma.

Contemplaba la desnudez de mi madre con la pasividad y el asombro de ver la diferencia de su cuerpo con el de mío, no lo entendía, pero de momento no sentía más que la extrañeza, la sorpresa de descubrir que no éramos iguales, que sintiéndome semejante a ella las diferencias eran tangibles y dolorosas, me encantaba mirar como se arreglaba, como engalanaba su cuerpo al gusto de los hombres, de su hombre, como se perfumaba, pintaba los labios, estaba empezando a sufrir, nada de aquello me habían dicho que era para mí, ni las ropas, ni los perfumes, ni el rojo de los labios, ni nada que fuera suave, delicado y tierno, debía de practicar las costumbres de los poderosos.

Ya en la pubertad y ante la desnudez de mi cuerpo errado, el que no sentía mío, con las puertas bien cerradas trataba de mirarme en el espejo de manera distorsionada, de una manera que yo sólo sabía hacerlo, entornado los ojos y medio cerrándolos para ver la realidad como yo quería que hubiera sido desde siempre, como aquella que me sentía, pintaba mis labios y vestía mi cuerpo con alguna ropa de mis hermanas para reflejarme ante mi otro yo negado y renegado, aquel que nadie me decía que podía mostrar, aquel que no me correspondía por dogma, mi más secreto y pecaminoso, el que me hacia vomitar a escondidas, pensando que estaba enferma, que lo que sentía era perverso y malo, Por fin ya tenía consciencia del lo que estaba bien y de lo que estaba mal, mejor dicho de lo que me habían enseñado sobre el bien y el mal, sobre los hombres y las mujeres, sobre el pecado y los vicios, sobre las virtudes y los defectos.

Pero no me resignaba, y seguía mirándome a escondidas como yo quería haber sido, como sabía que yo no era a ojos ajenos, pero que consideraba sustento de mi existencia, y realidad de mi vivir, aquello sabía muy bien que saldría un día de mí para mostrarme al mundo como de verdad era.

Mi sufrimiento era grande así lo recuerdo, el sentido de culpa impregnaba cualquier detalle de mi vida, todo lo que pensaba lo hacía desde una esperanzada sensación de ser diferente, de sentirme diferente, de soñar que un día me levantaría de la cama como lo que yo me sentía, como esa mujer que dormía en mi interior y que le costaba despertarse para los demás, muchas, muchísimas mañanas tocaba mi cuerpo para ver si algo había cambiado, si de verdad aquello que no deseaba de él había desaparecido, pero no, nada cambiaba y decidí comenzar a cambiarlo yo, a dedicar mi esfuerzo a asemejarme en formas y maneras a mi verdadero yo en vez de hacer soportable mi sufrimiento.

Miraba lo que estaba prohibido, todo estaba pensado para que yo ubicara mi existencia en el mundo de ellos, y no, no quería, ahora me doy cuenta entre lágrimas y sollozos de que aquellos años fueron malos, muy malos, me aferraba a la inocente idea de que los demás me comprenderían si les hablaba, que tendría ayuda de la gente que me quería, pero de momento callé y trabajé en silencio aquello que me había propuesto, creo que aun me siento culpable de aquello, de querer vivir otra vida que la pesada broma que me habían preparado la naturaleza y los que me rodeaban.

Viví esos años con desazón, comenzaba a entender que no era tan fácil mostrarme, seguía escondiéndome aunque no quería seguir haciéndolo, negaba todo lo que contradecía mi verdadero sentimiento, pero como ser humano también me negaba a sufrir de aquellas maneras y en momentos verdaderamente duros renegaba de la escondida hermosura de la mujer que vivía en mí, tiraba la toalla, me rendía ante el poder de las costumbres que todavía aun en día nos continúan oprimiendo, y me conformaba con vivir como yo sabia que ellos querían que viviera, todo lo que me rodeaba gritaba que aquello que vivía íntimamente era insano e inmoral, que tenía su castigo, que no era ni natural ni aceptado, cada día sentía más miedo, más horror de ver lo que la vida había hecho conmigo, de cómo me castigaría sin piedad por sacar los pies del tiesto, por simplemente ser diferente a los que compartían mi espacio y momento.

Pero no sabía que aquello no había hecho más que empezar, que el sufrimiento no acabaría de una forma tan sencilla, aun creía que todo podía cambiar de un día para otro. Ahora puedo afirmar que no me equivocaba, que aunque ya soy visiblemente la que siempre sentí, esa mujer hermosa en su más entera concepción propia, no hablo de matices físicos, hablo de aquello que nos hace a las mujeres especiales, bonitas y maravillosamente diferentes, no me equivocaba en pensar que el sufrimiento no acabaría nunca jamás, que ya se encargaría la vida de recordarme que dejar el camino que me procuró la naturaleza para vivir el que me dio la experiencia y el destino llenaría de lágrimas y desazones mi vivir.

En mi pequeño universo comencé a sentir atracción física y sentimental por las mujeres, empezaba aquí otro gran estigma personal y social que de momento no comprendía, otro problema más para añadir a la interminable lista de noches llenas de lágrimas y desesperos, algo que me costó comprender, pero que pesaba como una losa fría y tremenda sobre mi sentido de culpa, de una culpa que de verdad no quería reconocer como mía pero que la sociedad se encargaba de ponerle mi nombre grabado con fuego.

Mi físico era agraciado y las chicas veían en mi un muchacho guapo y sensible, aparentemente hasta ahí no había problema, todo era como se esperaba en y de mí, deseaba que ellas miraran más allá de lo que alcanzaban a ver, de un físico que no guardaba relación alguna con lo que de verdad era mi interior, paseaba mis besos y afectos entre las mujeres que correspondían a un patrón más sensible y menos normalizado que otras, aquello limitaba tremendamente mis relaciones sentimentales, aun así y con todo no tenía el valor de sincerarme con ellas y confesar que cuando nos besábamos yo proyectaba mi más íntimo y preciado de las sentimientos, el de ser mujer, como podía explicarles que en verdad deseaban a una mujer escondida en un cuerpo masculino, que a ellas les amaba una mujer temerosa y asustada, y cada beso, cada caricia y sentimiento se tornaban culpa y sufrimiento inmensos, por qué debía de ser todo de nuevo tan complejo, me atormentaba la idea de ser rechazada y engañaba a mi pesar a aquellas con la que compartía mi sensualidad, porque ya lo de compartir la sexualidad estaba todavía más complicado, no podía darles aquello para lo cual me habían elegido como pareja. Así viví mi adolescencia y juventud, buscando a esa mujer a la que hablarle por primera vez de cómo me sentía, de lo que realmente era a pesar de las apariencias, e intentar enamorarla y que me enamorara percibiéndome como a una semejante y sintiéndome en toda la tremenda inmensidad de la diferencia.

Se engrandecía aun más mi sentido de sentirme enferma y sucia, no podía seguir engañando a nadie, ni tan siquiera a mi misma, ya era un recurso que me procuraba demasiado daño y dolor, había llegado el momento, nunca tuve amaneramientos ni actitudes que me delataran de ninguna forma, aquello dificultaba aun más las cosas. Debía de partir de cero en la justificación de mi verdadera realidad existencial y los aspectos relativos a mi sensualidad y sexualidad femeninas ante aquella persona de la que me podía enamorar y ella enamorarse de mi, de un yo equivocado. Quería amar como una mujer ama a otra, pero no se me presentaba un trabajo fácil en lo que respecta a la otra parte de la relación, por mi parte no había problema, ya me comprendía a mi misma y me aceptaba no sin abandonar del todo ese sentir de suciedad e incluso de perversión que yo misma proyectaba sobre mí desde los patrones clásicos de las relaciones establecidas como normales entre un hombre y una mujer, ni yo era un hombre ni me atraían los hombres, tenía claro que era una mujer diferente, pero marcaba más mi diferencia la atracción que sentía indudablemente por las mujeres, decidí ser sincera.

Los sueños y ensoñaciones colmaban mis anhelos y deseos, solamente eso, porque me enamoraba secretamente para no hacerme daño, me sentía fatal, tan mal que todo a mi alrededor comenzaba a fallar, estudios, amigos, familia, todo se volvió en mi contra.

Me empezaban a faltar las palabras y a abundar sobremanera las lágrimas, las desazones y los desamores, era el continuar de las sorpresas desdichadas que hacían abundante y redundante mi realidad, la que me consumía, asumía la diferencia y comenzaba a resignarme a no encontrar nunca el amor, a ser una eterna desterrada de la vida y de la felicidad, nada cambiaba cada mañana cuando me levantaba cada vez con más hastío y desesperanza, vivía mis fantasías rozando suavemente mis pensamientos para no estropearlos, procuraba no ensuciarlos con nada que me hiciera sentirme peor de lo que ya me sentía, se me ocurrían algunas maneras de paliar mi desdicha pero creo que la esperanza no me permitía hacerlas realidad, esa esperanza que aunque ya he dejado de creer en ella no se por qué no me abandona, y es la vida la que me ha enseñado que entre tanto horizonte negro de vez en cuando de una manera fugaz aparece un pedacito de luz que te hace mantenerte en pie, sí en pie, pero con la cabeza agachada por el peso de lo vivido y el dolor de lo sufrido.

Llegó un día ya siendo adulta que conocí a Nata, y nos gustamos, ella vio en mi a su príncipe enseñado, y yo vi en ella a mi a princesa soñada, pero yo no quería sufrir más y antes de seguir hablé con Nata y le dije: “soy lo que ves, pero no lo que supones”, si de verdad ella sentía algo por mí debía molestarse en darme un tiempo para poder explicarle las cosas, así lo hizo Nata, y cuando estuve segura de ella le conté que ni quería ni deseaba amar de otra manera a como yo me sentía, que mi reloj funcionaba a dos tiempos, el de ellos y el de mi verdadero sentir, el que yo anhelaba, el de ellas. Nata comprendió pero no fue fácil, ahora también ella debía de guardar un secreto, se enamoró de alguien que le ofrecía una realidad tan diferente a la que ella deseaba, pero se había enamorado de verdad y no podía negar que le asustaba el futuro con alguien así, algo que marcaría su vida como pocas cosas lo hacen en la vida de las personas, Nata siempre soñó con un príncipe azul y no con una princesa encarcelada.

Nos amábamos pero no todo era perfecto, nos entendíamos pero no era definitivamente lo que Nata soñó de niña, lo que también a ella le enseñaron al respecto de como debía de ser su mundo y para la que la habían educado y preparado, no era culpa suya y aun así eligió el camino del amor y del sufrimiento junto a mi.

Ahí estábamos juntas en aquella pequeña ciudad, que nos oprimía, que hacía que yo estuviera siempre triste y sin lugar, y detrás Nata sufriendo por mí y por su sueño desbaratado, no sería de verdad una historia de amor verdadero en todos los aspectos, siempre fallaría algo y yo me daba cuenta de que las cosas no eran del todo perfectas. Trabajamos y construimos un camino por el que vivir la vida, yo tuve que comprarme un traje hecho con espejos para que todos pudieran ver lo que ellos querían en mi, pero seguía sin ser suficiente, nunca acababa de estar a gusto, el traje de espejos me pesaba demasiado y cada vez con más frecuencia me lo quitaba para poder respirar, era como una armadura que además de protegerme me pesaba demasiado, Nata era testigo de este sufrimiento y decidimos marchar, irnos de nuestro hogar para que en los campos del anonimato pudiéramos empezar de nuevo, y como decía antes nos fuimos, donde hace más frío y la gente se mira más de lo suyo y no de lo de los demás.

Por fin dejé dejo de usar mi traje de espejos y ya solamente vestía con la lucidez de mi persona, brillaba sóla, no necesitaba de adornos ni de escondites, ya no jugaba a esconderme detrás de nada que me protegiera, comenzaba a ser algo tan real como lo eran las cosas cuando veía a mi madre, me veía como ella, pero con una pequeña gran diferencia, yo sabía de los dos mundos y lo que muy poca gente puede hacer hice, elegir, elegir cual era el mío, en aquel en el que me sentía feliz y cómoda, donde podía ser lo que no nací pero sin embargo alguno con lo que me había sentido identificada desde pocos años después de aquel 11 de abril de 1969.

Yo que era muy inquieta y curiosa quise saber y comprender por qué aquello me tenía que haber pasado a mi y leí y leí, y comprendí que la vida era un teatro, un escenario muy grande donde todos tenían un papel, que el director estaba ya muy viejo y que chocheaba muchísimo, que los papeles eran inflexibles, que la improvisación de cada actor estaba prohibida, y con el genio que me dio la rudeza de las personas del Norte dije que eso no era así, que aquel director de escena estaba caduco, me rebelé y levanté la voz, también levanté el gesto y me puse como ejemplo de aquello que estaba prohibido ser e improvisar, sin saberlo me colgué una piedra al cuello, porque ni tan siquiera Nata entendía porque gritaba tanto y en tantas direcciones, la gente que estaba conmigo también se asustó y dijo que aquello era dejarse notar mucho, que aquellos gritos despertarían de nuevo al Dueño de todo y que castigaría aquella conducta anormal con la ignorancia y el menosprecio, pero no me importaba, quería contar mi historia y además quería hacerlo desde una colina despejada para que todo el mundo escuchara bien mi relato.

Al final Nata estaba cansada, no se lo reprocho, al contrario, le debo el mejor apoyo que jamás nadie me dio, los momentos más duros fueron menos con su consuelo amor y compañía, pero decidimos deshacer la íntima relación que nos unía pero dejando siempre viva la llama del amor sin más en nuestros corazones, dándome ella la libertad de continuar mi búsqueda de la pasión y el amor sin condiciones ni imposiciones dogmatizadas.

Durante esos años conocí maravillosas parejas femeninas, mujeres que han ahondado en mi sexualidad verdadera sin problemas, que desataron por fin mi verdadera sexualidad, la más verdadera que puedo ofrecer, la que soy y disfruto, con la que me siento feliz. Conocí a Laurine con su sensibilidad inmensa y gusto por las mujeres, ella fue en verdad la primera que me hizo sentir mujer sin vergüenza alguna en nuestra intimidad, obvió mis orígenes naturales para penetrar profundamente en mi alma y entendimiento de mujer, me amó como tal e hizo que subiera a estadios que jamás pensé que podía vivir con tanta felicidad y éxtasis, como casi todas las cosa se acaban esta no fue diferente, después de cinco años de relación nos despedimos y yo decidí cambiar por completo mi ámbito vital y me trasladé nuevamente de ciudad, debo de confesar que movida por el amor de otra maravillosa mujer, se llamaba Havet, aquella que se dirigía a mí me llamándome “cachito”, mujer que volvió a llenar de ilusión mi existencia, de amor hacia ella y hacia la vida en sí, realmente fue la mujer que he amado con más intensidad en mi vida, creo que aun sigo de alguna manera enamorada de ella, será tal vez por nuestra afinidad en muchos aspectos, o por que simplemente el amor no te deja elegir, renunciar a ella fue algo que todavía llena de añoranza y lágrimas mis noches, me hizo volar, subir, vivir como no lo ha hecho nadie, éramos como dos niñas que disfrutaban asaltando todas las prohibiciones impuestas, como si nos divirtiera saltarnos las normas, como si la luz cegadora de su persona hubiera travesado toda mi capacidad de entendimiento para ofrecerme apasionadamente a ella, para entregarle definitivamente mi persona entera sin condición alguna, pero aunque debo de reconocer que yo estaba locamente enamorada ella no lo estaba de mí, sólo fui un momento efímero, comparado con la inmensidad de su vida, espero que de vez en cuando me recuerde con añoranza. Ella también me trató como lo que de verdad era y además con un profundo respeto y comprensión hacia mi diferencia, hacia mi maravillosa diferencia, debo de agradecerle aun sus cuidados y preocupaciones, pero también se terminó a mi pesar, ni podía ni debía complicarle la vida. Hubo después más mujeres en mi vida pero ninguna lleno sentimentalmente ni intelectualmente mi vida, quizás por las referencias que había ido adquiriendo a lo largo de mis relacional íntimas, que aun no habiendo sido demasiadas han sido maravillosas y han completado mi autentica personalidad sexuada como lo que soy, sí lo que soy y no temo decir, soy mujer transexual y además con orgullo mujer lesbiana.

Sabia que nunca se escribiría una historia como la mía para mostrar una de las diferentes realidades que se pueden dar en las personas lejos de lo que nos han enseñado en ningún papel de los que escriben los poderosos de la eternidad, por eso mismo he decidido coger yo la pluma y relatar mi historia para que quede constancia de que alguien como yo salió del jardín para pasearse por el paraíso. Me pregunto, y pregunto a los demás que por qué conformarse con cuatro flores si la vida puede ofrecernos toda una inmensa pradera verde para disfrutar a nuestras anchas sin los dictados impuestos, donde nadie nos escrutara como mujeres diferentes y extrañas , pero yo que nunca estoy conforme seguiré gritando y gritando para contarle a todo el mundo que aquel jardín pequeñito que nos habían mostrado como el de los sueños, sólo es una parte de lo que de verdad existe, que ni los campos ni lo montes tiene puertas, que las puertas las ponen los que tienen miedo, no sólo de que alguien entre, también de que alguien salga, salga y cuente al resto que hay más verdades que las que sólo nos dejan ver, que hay otros realidades que no están escritas pero que flotan en el aire y que el viento las arrastra de un lado para otro, para que las personas libres como nosotras puedan escucharlas y aprender, para que puedan contarlas al oído, o gritarlas como hacemos las locas que nos pasamos el día gritando lo que muchos se empeñan en llamar tonterías.

He descubierto que hay mucho miedo en mi entorno y en el de más mujeres que se sienten como yo, que ese miedo amordaza los cantos de libertad de las personas como nosotras, y he decidido contar esta historia para que quede como ejemplo de constancia, de esfuerzo y de sufrimiento de todas aquellas que hemos elegido nuestro otro yo mujer en vez del renegado yo hombre.

Este sentir descansa en mis manos y en mi entendimiento, espero que algún día lo haga en el tuyo.

Haizea Caballero Ruiz.


(Fuente: ciudaddemujeres.com)

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