A lo largo de su historia, los cerebros de Hollywood se hartaron de escribir guiones donde, por ejemplo, un día cualquiera un blanco racista se levantaba de la cama convertido en un negro como el tizón. O un niño precoz y astuto se transformaba en un joven apuesto e independiente. Por no hablar de la abuela octogenaria que de pronto se convertía en una apetecible adolescente. Todos estos ejemplos de diferentes transformaciones por el capricho de la naturaleza discurren en la pantalla bajo el tono fiel de la industria cinematográfica, enfocados todos en gags divertidos sobre lo que somos frente al espejo y lo que en realidad somos por dentro. Pero ¿qué pasa cuando esto es una realidad tan real, valga la redundancia, como cotidiana?
Cuando la naturaleza se equivoca, cuando alguien está en un cuerpo que no siente como suyo, cuando un hombre está encerrado en un cuerpo de mujer. Ésta es la historia de hombres valientes que han desafiado los designios de la naturaleza y de la sociedad, y ni siquiera el mejor guión podría reflejar la situación de enclaustramiento que en su día sintieron. Esta realidad los ha unido para luchar juntos contra ese muro social que exige ser blanco o negro, y que no tolera la gama del arco cromático. Siendo una cosa u otra es más fácil encasillar. Ellos son Roger, Javi, Sergi, Jordi, Eric y Moisés –y muchos más que no conocemos–, hombres de diferentes edades que se presentan ante nosotros como personas que comparten unas vivencias únicas.
Visibilidad
Por mucho que pueda comentarse al respecto, sobre si son hombres encerrados en cuerpos de mujer, realmente son hombres, encerrados en cuerpos de hombre. Ellos nos aclaran que es un tema de “visibilidad”. Roger dice que “a diferencia de las transexuales femeninas, una vez hechos los cambios, somos hombres ante la sociedad, y nadie se va a dar cuenta de nuestro pasado; nadie tiene por qué saberlo”. Según esto, ser “invisible” es ser reconocido como hombre en la sociedad.
Cuando insistimos en esto de parecer o no parecer lo que uno siente y se manifiesta, les pedimos que rebobinen sus biografías, desde la más tierna infancia. Nos cuentan que pese a su apariencia de niñas, jugaban, se movían y actuaban como niños. Como en casi todos los casos, sus padres percibían una conducta diferente y “anormal” en una niña, hasta que fueron creciendo y pudieron expresar su deseo de ser “ellos”, por fin. Y cuando les preguntamos cómo se produce la transformación física, lo que denominan el proceso de reasignación de sexo, el adecuar el cuerpo a lo que la mente reclama, nos comentan que es un proceso complejo, que abarca desde el tratamiento psicológico y el hormonal (de por vida, ya que no segregan suficiente testosterona) hasta las numerosas intervenciones quirúrgicas a las que se deben someter para lograr, como dicen ellos, ver realizado ese “ideal” de pertenecer al género masculino. Nos aclaran que para que se les permita seguir la terapia de hormonación, primero deben pasar por dos psiquiatras y un psicólogo. Son ellos los que diagnostican el hecho transexual. Una vez certificado, pasan al endocrinólogo. Éste someterá a los pacientes transexuales a un tratamiento hormonal con un plan estricto e individualizado. Mientras tanto, se inicia el proceso quirúrgico: la extirpación de los pechos (mastectomía), de los ovarios (ovariectomía) y del útero (histerectomía), para finalmente dotar a los pacientes de un aparato genital masculino. Se trata de un pene por hipertrofia del clítoris (metadoiplastia) o una faloplastia, y para ello se aprovechan los tejidos musculares del paciente hasta formar un pene. No todos los transexuales masculinos se someten a una faloplastia, debido a las limitaciones y complicaciones de las técnicas y sus resultados. Para que se los tome como son realmente, hay que aclarar que a los transexuales se les diagnostica “síndrome de disforia de género”, bautizado así por el endocrinólogo estadounidense Harry Benjamin hacia la década de 1970. Una posible hipótesis es que el trastorno de una hormona es la culpable de que el cerebro no reconozca pertenecer al sexo que le corresponde genéticamente, lo cual crea una permanente insatisfacción de identidad sexual en estos pacientes. Quizá de ahí la reacción de estos hombres.
Con o sin
En el largo camino del cambio de sexo, la presencia del pene parece ser el ideal. Roger nos dice: “Cuando empezamos el tratamiento todos tenemos la obsesión por llegar a la faloplastia, porque creemos que nuestra masculinidad reside ahí... Pero una vez que empiezas el proceso, cuando empiezas a ver cambios en tu cuerpo que te hacen verte como un hombre, no parece tan necesario. La perfección no existe... A partir de ahí dejamos de ver nuestra masculinidad asociada a un órgano. Tenemos un conjunto de ‘rasgos’ que nos hacen percibirnos como hombres ante el espejo”. Pero Roger va aún más lejos y nos cuenta que “cuando empiezas tienes muchos ideales y a la vez idealizas mucho el que la virilidad la da la forma y el tamaño de unos genitales masculinos. Cuando ya consigues tener unos mínimos rasgos masculinos, ya no lo necesitas. Hay que pensar que la cirugía de reasignación sexual no está lo suficientemente preparada para que sean llevadero estos cambios. Te planteas un poco hasta qué punto lo que te están ofreciendo te puede satisfacer”. Al referirse a “satisfacción”, nuestro entrevistado comenta que actualmente la cirugía no ofrece unos resultados que estén a la altura de lo que cabría esperar (penes que no cumplen las funciones mínimas de sensibilidad, funcionalidad urinaria o sexual), entre otras razones porque no hay una especialización de cirugía de reasignación sexual en este caso en España. Los cirujanos que se ocupan de esta clase de intervenciones atienden en sus consultas privadas y tienen su metodologías de trabajo. El coste de una faloplastia oscila entre 15.000 y 30.000 euros (y el total, en torno de unos 50.000 euros), y el deseo de ser lo que se siente lleva a que muchos de ellos se endeuden, sobre todo en las comunidades autónomas donde estas operaciones no son cubiertas por la Seguridad Social, como ocurre en Andalucía. En el resto de Europa, sólo Holanda y Bélgica cuentan con los mejores especialistas de operaciones de cambio de sexo, y además a cargo de la sanidad pública. En esos países es un derecho reconocido. Tras estas charlas sobre el proceso de cambio de sexo, queda muy clara una cuestión: el transexual nace, no se hace.
Con la ley hemos topado
Desde que pueden expresar que se sienten como tales, estos hombres se topan con todo lo que tiene que ver con la identidad; para empezar, desde la primaria hasta la universidad, pasando por el instituto, con los nombres femeninos que no sienten como propios cuando se pasa lista. en la vida cotidiana, cuando abren una cuenta corriente, o hacen trámites para el DNI, el pasaporte... Todos “topamos con la ley”, que les recuerda lo que son para ellos: un nombre, no cuenta nada más. Pero por suerte, existen personas como Eric (18 años) y Jordi (19 años), adolescentes que pese a ser llamados con nombre de mujer en las listas insisten en recordar de una manera fresca que son lo que sienten: hombres. Eric y Jordi nos cuentan que sus compañeros y compañeras son por lo general los que mejor aceptan su condición sexual, y que la discrepancia es básicamente, salvo honrosas excepciones, con el profesorado, que aplica a rajatabla lo que sale en los documentos. Por eso, una vez lograda total o parcialmente el proceso de reasignación sexual de los transexuales masculinos, comienza la otra gran batalla: la de ser reconocidos como hombres en los papeles. Sergi (26 años) ya es oficialmente un hombre, según su documento nacional de identidad. Para llegar a esto tuvo que pasar por un proceso legal a veces bastante desagradable. Así nos lo cuenta: “Hay que plantearse una buena estrategia... Se acude a la justicia ordinaria, para solicitar este cambio de nombre y sexo... Se trata de un juicio ordinario, donde un abogado debe presentar una serie de pruebas para que esta pretensión de cambio de sexo prospere. Debe presentar ante el juez todas las pruebas médicas que certifiquen que has pasado por un proceso de reasignación de sexo (tener una faloplastia no es indispensable hoy en día). Hay una vista previa, y se dicta sentencia, que puede ser favorable o no a ese cambio de identidad sexual. Depende mucho de la voluntad del juez y del fiscal, puesto que no hay ninguna ley que regule esa pretensión. Si el fiscal se opone se ha de apelar a segunda instancia, y si no tienes una faloplastia a veces se puede complicar. Pero como os he dicho, eso a veces no es necesario...”.
El lado femenino
Todos los hombres tenemos, independientemente de nuestra tendencia erótica, un lado femenino. Incluso en la vida sexual quien no aproveche esta condición corre el riesgo de perderse algo enriquecedor para las relaciones personales. Cuando hablamos con estos muchachos sobre su condición femenina, su lado mujer, ellos nos cuentan que cuando estaban en el proceso de cambio de sexo algunos exageraban su hombría, sus gestos masculinos, no por lo que sienten y sentían, sino por afirmarse como hombres ante los demás, para ser aceptados como lo que ellos son. Mas todos llegaron a la conclusión de que cuanto más avanzado está el proceso de masculinización de un transexual, más fácil es mostrar su parte femenina, porque nadie le cuestiona. Esta aceptación del lado femenino es lo que los termina de reafirmar como lo que son: verdaderos hombres. A partir de aquí, estos hombres pueden entran en cualquier estadística, como por ejemplo, la problemática de la vida en pareja, las tendencias en la moda...
Un poco de historia
La historia está plagada de ejemplos de transexuales masculinos.
Catalina de Erauso Pérez de Galárraga (1592-1650), apodada Monja Alférez, fue monja, soldado, comerciante, mercenario, explorador, aventurero, transgresor... También fue destacable su vida amorosa con las mujeres más bellas de su época, un auténtico donjuán. Pero nadie sabía que se llamaba Catalina.
Cristina de Suecia (1626-1689), reina de este país entre 1632-1654, sucedió a su padre a los seis años, y fue coronada reina en 1650. Bajo su mandato se convirtió en la primera potencia báltica. Obligada a dimitir en 1654 por diversos motivos, pasó a la historia más como un hombre que como una mujer. Se dice que no se sentía para nada mujer, hasta el punto de que en palacio les traía de cabeza con sus comportamientos excesivamente masculinos, sus coqueteos con mujeres (a pesar de preferir sexualmente a los hombres, pues decía que le gustaban los hombres no porque eran hombres sino porque no eran mujeres) y su negativa a contraer matrimonio y a dar descendencia a la corona. Además, se hacía apodar Conde Dhona y nunca dejó de usar el atuendo masculino, teniendo incluso su propia armadura.
Valerie Lilias Arkell-Smith se hizo pasar durante años por oficial del ejército; se llamaba Victor Barker, y en la Inglaterra de los años veinte del siglo pasado, llegó incluso a casarse con una joven, Elfrida Haward, en una iglesia de Brighton, en 1923, hasta que fue descubierto y arrestado. Pasó nueve meses en la cárcel acusado de falsear documentos y de perjurio, desapareció hasta los años cincuenta, cuando vendió su historia a un periódico.
Billy Tipton es otro personaje destacable por su transexualidad masculina fue , quien dedicó su vida al jazz. Aunque nació mujer, desde 1933, con diecinueve años, empezó a vivir como hombre. A lo largo de su vida se casó con cinco mujeres, y fue padre de tres hijos. Su primera mujer sabía de su situación, pero el resto nunca lo supo.
Stephen Whittle es en la actualidad un abogado y activista transexual masculino, profesor de derecho en la Universidad de Manchester (Reino Unido) e impulsor del grupo Press For Change, que ha conseguido que los derechos de este colectivo sean debatido en las más altas instituciones británicas.
Cuando la naturaleza se equivoca, cuando alguien está en un cuerpo que no siente como suyo, cuando un hombre está encerrado en un cuerpo de mujer. Ésta es la historia de hombres valientes que han desafiado los designios de la naturaleza y de la sociedad, y ni siquiera el mejor guión podría reflejar la situación de enclaustramiento que en su día sintieron. Esta realidad los ha unido para luchar juntos contra ese muro social que exige ser blanco o negro, y que no tolera la gama del arco cromático. Siendo una cosa u otra es más fácil encasillar. Ellos son Roger, Javi, Sergi, Jordi, Eric y Moisés –y muchos más que no conocemos–, hombres de diferentes edades que se presentan ante nosotros como personas que comparten unas vivencias únicas.
Visibilidad
Por mucho que pueda comentarse al respecto, sobre si son hombres encerrados en cuerpos de mujer, realmente son hombres, encerrados en cuerpos de hombre. Ellos nos aclaran que es un tema de “visibilidad”. Roger dice que “a diferencia de las transexuales femeninas, una vez hechos los cambios, somos hombres ante la sociedad, y nadie se va a dar cuenta de nuestro pasado; nadie tiene por qué saberlo”. Según esto, ser “invisible” es ser reconocido como hombre en la sociedad.
Cuando insistimos en esto de parecer o no parecer lo que uno siente y se manifiesta, les pedimos que rebobinen sus biografías, desde la más tierna infancia. Nos cuentan que pese a su apariencia de niñas, jugaban, se movían y actuaban como niños. Como en casi todos los casos, sus padres percibían una conducta diferente y “anormal” en una niña, hasta que fueron creciendo y pudieron expresar su deseo de ser “ellos”, por fin. Y cuando les preguntamos cómo se produce la transformación física, lo que denominan el proceso de reasignación de sexo, el adecuar el cuerpo a lo que la mente reclama, nos comentan que es un proceso complejo, que abarca desde el tratamiento psicológico y el hormonal (de por vida, ya que no segregan suficiente testosterona) hasta las numerosas intervenciones quirúrgicas a las que se deben someter para lograr, como dicen ellos, ver realizado ese “ideal” de pertenecer al género masculino. Nos aclaran que para que se les permita seguir la terapia de hormonación, primero deben pasar por dos psiquiatras y un psicólogo. Son ellos los que diagnostican el hecho transexual. Una vez certificado, pasan al endocrinólogo. Éste someterá a los pacientes transexuales a un tratamiento hormonal con un plan estricto e individualizado. Mientras tanto, se inicia el proceso quirúrgico: la extirpación de los pechos (mastectomía), de los ovarios (ovariectomía) y del útero (histerectomía), para finalmente dotar a los pacientes de un aparato genital masculino. Se trata de un pene por hipertrofia del clítoris (metadoiplastia) o una faloplastia, y para ello se aprovechan los tejidos musculares del paciente hasta formar un pene. No todos los transexuales masculinos se someten a una faloplastia, debido a las limitaciones y complicaciones de las técnicas y sus resultados. Para que se los tome como son realmente, hay que aclarar que a los transexuales se les diagnostica “síndrome de disforia de género”, bautizado así por el endocrinólogo estadounidense Harry Benjamin hacia la década de 1970. Una posible hipótesis es que el trastorno de una hormona es la culpable de que el cerebro no reconozca pertenecer al sexo que le corresponde genéticamente, lo cual crea una permanente insatisfacción de identidad sexual en estos pacientes. Quizá de ahí la reacción de estos hombres.
Con o sin
En el largo camino del cambio de sexo, la presencia del pene parece ser el ideal. Roger nos dice: “Cuando empezamos el tratamiento todos tenemos la obsesión por llegar a la faloplastia, porque creemos que nuestra masculinidad reside ahí... Pero una vez que empiezas el proceso, cuando empiezas a ver cambios en tu cuerpo que te hacen verte como un hombre, no parece tan necesario. La perfección no existe... A partir de ahí dejamos de ver nuestra masculinidad asociada a un órgano. Tenemos un conjunto de ‘rasgos’ que nos hacen percibirnos como hombres ante el espejo”. Pero Roger va aún más lejos y nos cuenta que “cuando empiezas tienes muchos ideales y a la vez idealizas mucho el que la virilidad la da la forma y el tamaño de unos genitales masculinos. Cuando ya consigues tener unos mínimos rasgos masculinos, ya no lo necesitas. Hay que pensar que la cirugía de reasignación sexual no está lo suficientemente preparada para que sean llevadero estos cambios. Te planteas un poco hasta qué punto lo que te están ofreciendo te puede satisfacer”. Al referirse a “satisfacción”, nuestro entrevistado comenta que actualmente la cirugía no ofrece unos resultados que estén a la altura de lo que cabría esperar (penes que no cumplen las funciones mínimas de sensibilidad, funcionalidad urinaria o sexual), entre otras razones porque no hay una especialización de cirugía de reasignación sexual en este caso en España. Los cirujanos que se ocupan de esta clase de intervenciones atienden en sus consultas privadas y tienen su metodologías de trabajo. El coste de una faloplastia oscila entre 15.000 y 30.000 euros (y el total, en torno de unos 50.000 euros), y el deseo de ser lo que se siente lleva a que muchos de ellos se endeuden, sobre todo en las comunidades autónomas donde estas operaciones no son cubiertas por la Seguridad Social, como ocurre en Andalucía. En el resto de Europa, sólo Holanda y Bélgica cuentan con los mejores especialistas de operaciones de cambio de sexo, y además a cargo de la sanidad pública. En esos países es un derecho reconocido. Tras estas charlas sobre el proceso de cambio de sexo, queda muy clara una cuestión: el transexual nace, no se hace.
Con la ley hemos topado
Desde que pueden expresar que se sienten como tales, estos hombres se topan con todo lo que tiene que ver con la identidad; para empezar, desde la primaria hasta la universidad, pasando por el instituto, con los nombres femeninos que no sienten como propios cuando se pasa lista. en la vida cotidiana, cuando abren una cuenta corriente, o hacen trámites para el DNI, el pasaporte... Todos “topamos con la ley”, que les recuerda lo que son para ellos: un nombre, no cuenta nada más. Pero por suerte, existen personas como Eric (18 años) y Jordi (19 años), adolescentes que pese a ser llamados con nombre de mujer en las listas insisten en recordar de una manera fresca que son lo que sienten: hombres. Eric y Jordi nos cuentan que sus compañeros y compañeras son por lo general los que mejor aceptan su condición sexual, y que la discrepancia es básicamente, salvo honrosas excepciones, con el profesorado, que aplica a rajatabla lo que sale en los documentos. Por eso, una vez lograda total o parcialmente el proceso de reasignación sexual de los transexuales masculinos, comienza la otra gran batalla: la de ser reconocidos como hombres en los papeles. Sergi (26 años) ya es oficialmente un hombre, según su documento nacional de identidad. Para llegar a esto tuvo que pasar por un proceso legal a veces bastante desagradable. Así nos lo cuenta: “Hay que plantearse una buena estrategia... Se acude a la justicia ordinaria, para solicitar este cambio de nombre y sexo... Se trata de un juicio ordinario, donde un abogado debe presentar una serie de pruebas para que esta pretensión de cambio de sexo prospere. Debe presentar ante el juez todas las pruebas médicas que certifiquen que has pasado por un proceso de reasignación de sexo (tener una faloplastia no es indispensable hoy en día). Hay una vista previa, y se dicta sentencia, que puede ser favorable o no a ese cambio de identidad sexual. Depende mucho de la voluntad del juez y del fiscal, puesto que no hay ninguna ley que regule esa pretensión. Si el fiscal se opone se ha de apelar a segunda instancia, y si no tienes una faloplastia a veces se puede complicar. Pero como os he dicho, eso a veces no es necesario...”.
El lado femenino
Todos los hombres tenemos, independientemente de nuestra tendencia erótica, un lado femenino. Incluso en la vida sexual quien no aproveche esta condición corre el riesgo de perderse algo enriquecedor para las relaciones personales. Cuando hablamos con estos muchachos sobre su condición femenina, su lado mujer, ellos nos cuentan que cuando estaban en el proceso de cambio de sexo algunos exageraban su hombría, sus gestos masculinos, no por lo que sienten y sentían, sino por afirmarse como hombres ante los demás, para ser aceptados como lo que ellos son. Mas todos llegaron a la conclusión de que cuanto más avanzado está el proceso de masculinización de un transexual, más fácil es mostrar su parte femenina, porque nadie le cuestiona. Esta aceptación del lado femenino es lo que los termina de reafirmar como lo que son: verdaderos hombres. A partir de aquí, estos hombres pueden entran en cualquier estadística, como por ejemplo, la problemática de la vida en pareja, las tendencias en la moda...
Un poco de historia
La historia está plagada de ejemplos de transexuales masculinos.
Catalina de Erauso Pérez de Galárraga (1592-1650), apodada Monja Alférez, fue monja, soldado, comerciante, mercenario, explorador, aventurero, transgresor... También fue destacable su vida amorosa con las mujeres más bellas de su época, un auténtico donjuán. Pero nadie sabía que se llamaba Catalina.
Cristina de Suecia (1626-1689), reina de este país entre 1632-1654, sucedió a su padre a los seis años, y fue coronada reina en 1650. Bajo su mandato se convirtió en la primera potencia báltica. Obligada a dimitir en 1654 por diversos motivos, pasó a la historia más como un hombre que como una mujer. Se dice que no se sentía para nada mujer, hasta el punto de que en palacio les traía de cabeza con sus comportamientos excesivamente masculinos, sus coqueteos con mujeres (a pesar de preferir sexualmente a los hombres, pues decía que le gustaban los hombres no porque eran hombres sino porque no eran mujeres) y su negativa a contraer matrimonio y a dar descendencia a la corona. Además, se hacía apodar Conde Dhona y nunca dejó de usar el atuendo masculino, teniendo incluso su propia armadura.
Valerie Lilias Arkell-Smith se hizo pasar durante años por oficial del ejército; se llamaba Victor Barker, y en la Inglaterra de los años veinte del siglo pasado, llegó incluso a casarse con una joven, Elfrida Haward, en una iglesia de Brighton, en 1923, hasta que fue descubierto y arrestado. Pasó nueve meses en la cárcel acusado de falsear documentos y de perjurio, desapareció hasta los años cincuenta, cuando vendió su historia a un periódico.
Billy Tipton es otro personaje destacable por su transexualidad masculina fue , quien dedicó su vida al jazz. Aunque nació mujer, desde 1933, con diecinueve años, empezó a vivir como hombre. A lo largo de su vida se casó con cinco mujeres, y fue padre de tres hijos. Su primera mujer sabía de su situación, pero el resto nunca lo supo.
Stephen Whittle es en la actualidad un abogado y activista transexual masculino, profesor de derecho en la Universidad de Manchester (Reino Unido) e impulsor del grupo Press For Change, que ha conseguido que los derechos de este colectivo sean debatido en las más altas instituciones británicas.
(Fuente: Anodis.com)
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