Leímos este artículo y nos pareció bastante jocoso y sorprendente, una anécdota que le sucedió a un colaborador del portal AmbienteG.com, una ofensa a la cual él respondió de la misma manera.
Por Dan
Sábado 18 Oct 2008
Ayer, al salir de casa para ir al trabajo, tomé el metro. Habitualmente tengo suficiente tiempo para ir andando al curro, y disfrutar del bullicio que va aumentando paulatinamente a medida que me acerco al centro financiero y los turistas van de acá para allá cargados de bolsas y los imaginativos artistas callejeros compiten en el circo de pistas urbanas de Powell y Market en busca de la atención primero y el ‘change’ después de residentes acostumbrados y sorprendidos foráneos. Pero como digo, ayer no. En apenas seis minutos estaría en la puerta de la oficina. Es más, me llevaba más tiempo llegar caminando hasta la estación más próxima a casa, en la esquina de la 16 con Mission, uno de los puntos calientes de la delincuencia de baja intensidad en la ciudad. La de los traficantes menores y prostitución de tercera. Lugar ideal pues para que en sábados y domingos te encuentres a un predicador callejero anunciando la segunda llegada de Jesús y llamando al arrepentimiento a cada uno de nosotros.
Ayer viernes, no tocaba homilía evangelista, pero allí estaba. Una manzana antes de llegar, se oía alto y claro el berrinche del cura urbano. Al acercarme un poco más, entendí los motivos de su ‘jornada extra’. A su lado, dos jóvenes portaban una pancarta que decía algo como: ‘Hasta la Jornada Electoral, recemos por el SI a la Proposición 8. El matrimonio gay es la perversión del amor’. Generalmente paso de largo ante las repetitivas cantinales de los salvaalmas del Barrio de la Misión. A lo sumo, de vez en cuando, a media voz, los mando a callar. Ayer se me cruzaron los cables, y en lugar de dirigirme directamente a la boca del Metro, rodeé la entrada, me acerqué a él y le pregunté por qué pensaba que el matrimonio gay era perverso.
Uno de sus ayudantes me extendió un folleto mal fotocopiado sobre papel azul de reciclaje, mientras el predicador me explicó, aún a gritos que ‘los homosexuales estaban malditos, vivían en pecado y comerían la cena eterna con el Demonio’... y juro que de esto último no me he inventado ni una coma. Yo le dije que yo era gay y que creía que quien estaba en pecado en todo caso, era gente como él, por pretender ser más sabio que el Dios del que se declaraba portavoz. Retirándome la mirada, se dirigió a la plaza y exclamó en un tono de boletero de feria: ‘¡Aquí hay un ejemplo de hereje maldito!’... lo dí por absurdo e imposible y me despedí de él con un: ‘Ahi te quedas, mercader de ignorantes’. Recibí un cachetón por respuesta por parte del predicador.
En los últimos años, por diversas circunstancias, me he vuelto directo e intenso, más paciente con las cosas y las personas que lo requieren, pero tolerante cero con aquellos que no. Al cachetón del cura respondí de inmediato del mismo modo. Le solté otro bofetón. El y sus dos ‘pancarteros’ se quedaron de piedra y mudos… reconozco que por un momento yo también. Ahora sí me daba la vuelta cuando me dijo (sin tocarme ni el hombro esta vez, eso sí): ‘Voy a ir a la comisaría a ponerle una denuncia’, a lo que yo contesté: ‘Entonces vamos los dos juntos y yo le denunciaré a usted también por haberme agredido primero, y con testigos o no, veremos si en esta ciudad, mi denuncia, como gay, tiene más posibilidades que la suya’. Miró para otro lado y sin mediar más palabra, tomó a sus dos jóvenes asistentes de la mano y se fue. Yo hice lo propio. Llegué algo tarde al trabajo, pero valió la pena la excusa.
Luego, entre bofetada y curro, en los seis minutos de metro, reflexioné como en estos tiempos donde hemos pasado de ser brisa a ser marea, no por ser más, sino por ser, como minoría, más notables, más nos pegan, con proposiciones inquisidoras o con purpurados adscritos al club del ‘como siempre’, más que nunca, que más vale perversión conocida que felicidad por conocer, debemos ser más activos que nunca, ondeando pancartas, yendo con nuestro chaval de la mano, tolerando el criterio del otro pero haciendo oir bien claro y sin miedo de ninguna maldita clase, el nuestro. Es una obligación, en lo mínimo y en lo máximo posible de nuestra identidad sexual en estos tiempos de cambio, por cada uno de nosotros y por cada uno de aquellos que son abofeteados y silenciados porque al querer manifestarse los meten en las cárceles, los condenan al ostracismo, o en el aún peor de los casos, los fustigan, los lapidan, los ejecutan.
Por la noche, al llegar de trabajar y tras darme una ducha, decidí repetir una ceremonia que hago con poca frecuencia, pero la noche invitaba a ello. Muy tarde, abrí la ventana a la terraza y sobre la mesita al lado de la hamaca, coloqué un chupito de ron y un puro. Encendí el puro y mojando la boquilla en el ron, empecé a disfrutar de la brisa templada contemplando al tranquilo vecindario, mientras disfrutaba del cóctel de ron y tabaco. Hubo una llamada. Mi madre, al otro lado del globo se levantó temprano y le apeteció probar si seguía despierto para hablar de naderías a distancia. Le empecé a contar. Se cabreó primero, obviamente, y se tronchó de risa con mi reacción. Siempre confió en mi criterio. De fondo, al rato, se oyó la voz recién despierta de mi padre. Preguntó qué pasaba. ‘Tu hijo – dijo mi madre- que los tiene bien puestos’. Me sentí bien nacido. Dormí de cojones.
Por Dan
Sábado 18 Oct 2008
Ayer, al salir de casa para ir al trabajo, tomé el metro. Habitualmente tengo suficiente tiempo para ir andando al curro, y disfrutar del bullicio que va aumentando paulatinamente a medida que me acerco al centro financiero y los turistas van de acá para allá cargados de bolsas y los imaginativos artistas callejeros compiten en el circo de pistas urbanas de Powell y Market en busca de la atención primero y el ‘change’ después de residentes acostumbrados y sorprendidos foráneos. Pero como digo, ayer no. En apenas seis minutos estaría en la puerta de la oficina. Es más, me llevaba más tiempo llegar caminando hasta la estación más próxima a casa, en la esquina de la 16 con Mission, uno de los puntos calientes de la delincuencia de baja intensidad en la ciudad. La de los traficantes menores y prostitución de tercera. Lugar ideal pues para que en sábados y domingos te encuentres a un predicador callejero anunciando la segunda llegada de Jesús y llamando al arrepentimiento a cada uno de nosotros.
Ayer viernes, no tocaba homilía evangelista, pero allí estaba. Una manzana antes de llegar, se oía alto y claro el berrinche del cura urbano. Al acercarme un poco más, entendí los motivos de su ‘jornada extra’. A su lado, dos jóvenes portaban una pancarta que decía algo como: ‘Hasta la Jornada Electoral, recemos por el SI a la Proposición 8. El matrimonio gay es la perversión del amor’. Generalmente paso de largo ante las repetitivas cantinales de los salvaalmas del Barrio de la Misión. A lo sumo, de vez en cuando, a media voz, los mando a callar. Ayer se me cruzaron los cables, y en lugar de dirigirme directamente a la boca del Metro, rodeé la entrada, me acerqué a él y le pregunté por qué pensaba que el matrimonio gay era perverso.
Uno de sus ayudantes me extendió un folleto mal fotocopiado sobre papel azul de reciclaje, mientras el predicador me explicó, aún a gritos que ‘los homosexuales estaban malditos, vivían en pecado y comerían la cena eterna con el Demonio’... y juro que de esto último no me he inventado ni una coma. Yo le dije que yo era gay y que creía que quien estaba en pecado en todo caso, era gente como él, por pretender ser más sabio que el Dios del que se declaraba portavoz. Retirándome la mirada, se dirigió a la plaza y exclamó en un tono de boletero de feria: ‘¡Aquí hay un ejemplo de hereje maldito!’... lo dí por absurdo e imposible y me despedí de él con un: ‘Ahi te quedas, mercader de ignorantes’. Recibí un cachetón por respuesta por parte del predicador.
En los últimos años, por diversas circunstancias, me he vuelto directo e intenso, más paciente con las cosas y las personas que lo requieren, pero tolerante cero con aquellos que no. Al cachetón del cura respondí de inmediato del mismo modo. Le solté otro bofetón. El y sus dos ‘pancarteros’ se quedaron de piedra y mudos… reconozco que por un momento yo también. Ahora sí me daba la vuelta cuando me dijo (sin tocarme ni el hombro esta vez, eso sí): ‘Voy a ir a la comisaría a ponerle una denuncia’, a lo que yo contesté: ‘Entonces vamos los dos juntos y yo le denunciaré a usted también por haberme agredido primero, y con testigos o no, veremos si en esta ciudad, mi denuncia, como gay, tiene más posibilidades que la suya’. Miró para otro lado y sin mediar más palabra, tomó a sus dos jóvenes asistentes de la mano y se fue. Yo hice lo propio. Llegué algo tarde al trabajo, pero valió la pena la excusa.
Luego, entre bofetada y curro, en los seis minutos de metro, reflexioné como en estos tiempos donde hemos pasado de ser brisa a ser marea, no por ser más, sino por ser, como minoría, más notables, más nos pegan, con proposiciones inquisidoras o con purpurados adscritos al club del ‘como siempre’, más que nunca, que más vale perversión conocida que felicidad por conocer, debemos ser más activos que nunca, ondeando pancartas, yendo con nuestro chaval de la mano, tolerando el criterio del otro pero haciendo oir bien claro y sin miedo de ninguna maldita clase, el nuestro. Es una obligación, en lo mínimo y en lo máximo posible de nuestra identidad sexual en estos tiempos de cambio, por cada uno de nosotros y por cada uno de aquellos que son abofeteados y silenciados porque al querer manifestarse los meten en las cárceles, los condenan al ostracismo, o en el aún peor de los casos, los fustigan, los lapidan, los ejecutan.
Por la noche, al llegar de trabajar y tras darme una ducha, decidí repetir una ceremonia que hago con poca frecuencia, pero la noche invitaba a ello. Muy tarde, abrí la ventana a la terraza y sobre la mesita al lado de la hamaca, coloqué un chupito de ron y un puro. Encendí el puro y mojando la boquilla en el ron, empecé a disfrutar de la brisa templada contemplando al tranquilo vecindario, mientras disfrutaba del cóctel de ron y tabaco. Hubo una llamada. Mi madre, al otro lado del globo se levantó temprano y le apeteció probar si seguía despierto para hablar de naderías a distancia. Le empecé a contar. Se cabreó primero, obviamente, y se tronchó de risa con mi reacción. Siempre confió en mi criterio. De fondo, al rato, se oyó la voz recién despierta de mi padre. Preguntó qué pasaba. ‘Tu hijo – dijo mi madre- que los tiene bien puestos’. Me sentí bien nacido. Dormí de cojones.
(Fuente: AmbienteG.com)
4 comentarios:
Interesanre historia,mas bien creo que el agresor no es cura pues ellos rara vez dan sermones fuera de la iglesia,pienso Yo que eran pastores evangelicos,testigos de jehova,o laicos del opus dai que suelen ser mas plazeros y agrsivos Son situaciones que tambien ocurren en nuestra sociedad,lo que pasa es que pocos lo denuncian para evitar problemas,gastos innecesarios o represalias.
La violencia no es justificada venga de donde venga,generalmente los agresores provienen de sociedad no tolerante,discriminatoria y con poder politico.Pero tambien debemos de reconocer que nosotros en algunas ocasiones nos portamos igual con gente que consideramos no es del entorno.Un dia lleve a un Amigo al cumpleaños de una amiga y todas eran lesbianas,mi Amigo es compañero de trabajo y es de las pocas personas que conozco que aceptan la amistad sin condicion de alguien con mi opcion sexual,y permite que sus hijos compartan vivvencias conmigo,me invita a su casa y cuando tenia novia la llevaba y nunca me cerro puerta alguna ni permitio que algun conocido suyo me faltara el respeto,lamentablemente cuando llegamos a la discoteca en miraflores las chicas lo primero que hacen es hacerlo a un lado,lo miran con reojo y lo peor trataron que Yo me quede con ellas y lo dejara solo.Ya se imaginan como quede, peor si siempre comentaba con el los problemas que tenemos en la sociedad,el como caballero que es no hizo problema y se retiro inventando excusa,Yo hice lo mismo y creanme me faltaron palabras y cara para pedir disculpas,y el me responde con algo muy cierto:No te preocupes Yo te conozco y se la clase de gente que eres y cuenta con mi amistad incondicional por siempre,en todo caso fueron tus amigas la que deberian estar en lugar que tu buscando disculparse,recuerda que el ser gente no tiene nada que ver con opcion sexual,religion,dinero,clase sociel etc, el ser gente es algo que se forma en casa y es el resultado de la educacion que has recibido.
Algunas de las chicas despues hicieron llegar sus excusas conmigo pero otras lo tomaron como lo mas natural del mundo.
¿por que seremos asi?¿que esta fallando no solo en la sociedad hetero si no tambien en la gay?
Entiendo tu indignación que es la mía también. Como bien mencionas éste problema está presente en todo ámbito sea homosexual o heterosexual y viene por una cuestion de educación y respeto no teniendo nada q ver la orientación sexual en esto. Es preocupante el hecho que buscamos aceptación en la sociedad y aún discriminamos nosotras mismas a otros, encima y para llegar al colmo a muchas chicas como nosotras. Gracias por tu comentario.
Oye Kat,entre nosotras tambien cierta discriminacion, las chicas de apellido y buema posicion social tambien solo entre ellas estan y no aceptan a alguien de los conos por ejemplo,tambien me gane un dia con unaBlanquita que como soy provinciana me hacia a un lado y solo hablaba con las blanquitas a pesar que eramos lesbianas
Eso se llama racismo, para que veamos lo subdesarrollados que somos, sobre todo de mente. Mientras más nos avergoncemos de nuestros orígenes, de nuestra raza, más atrasados estaremos y menos nos respetarán pues menos identidad como peruanos tendremos. La gente educada nunca se comportará de esa manera, es gente con complejos q así de grande como se siente con gente mestiza así de chica se sentirá con los extranjeros, sólo complejos irracionales sin fundamento, lo mejor es ignorar q vayan al psicólogo pues seguro tienen no sólo ese problema sino muchos más q tienen q ver con su propia autoestima. Saludos y gracias por comentar.
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