El último jueves 25 a las 6pm en el teatro Pardo y Aliaga se llevó a cabo la Audiencia Nacional “La Justicia en el Perú” organizada por el diario El Comercio. Los temas de agenda eran el acceso a la justicia, el juzgamiento de casos de corrupción y terrorismo y, por último, atención al ciudadano.
Participaron Francisco Távara (Presidente de la Corte Suprema de la República y jefe máximo del Poder Judicial), Elcira Vásquez (jefa de la Oficina Control de la Magistratura y vocal suprema titular), Pablo Talavera Elguera (Vocal superior Coordinador de la Sala Nacional del Terrorismo) y Francisco Miró Quesada (editor de Relaciones Comunitarias del diario El Comercio) entre otras personalidades, la mayoría magistrados, abogados, etc. Quería resaltar varias cuestiones “curiosas” durante este evento.
La primera de ellas fue la torpe argumentación de Távara para justificar por qué se debería cumplir la ley en el Perú. Entiéndase “todos somos católicos”, “creemos en el Señor de los Milagros”, “todos creemos en Dios”. Honestamente su falta de pluralidad no me sorprendió. Las palabras de introducción duraron alrededor de 1 hora, y luego se dio palabra a los oradores por 3 minutos cada uno. Ninguna mujer logró participar como oradora de lo que yo pude observar. Las primeras en participar fueron personas que trabajan para el Estado, pero tengo que mencionar ciertas intervenciones que fueron ejemplificadoras.
Hubo un abogado arequipeño que acusó de corrupción a Elcira Vásquez, que dio pequeños brincos en su gran asiento mientras lo escuchaba. Él se quejaba de la lentitud de los procesos, contando que había tramitado 120 habeas corpus a todos los y las congresistas de la Nación. Fue muy aplaudido. Hubo otras intervenciones parecidas acusando de corrupción a la gente sentada en la Mesa de Honor, llamados de atención al diario El Comercio, y menciones a Agustín Mantilla y otros búfalos apristas como los titiriteros del país.
Sin embargo, debo recalcar dos intervenciones como las más importantes para mi sentir particular. La primera fue aquella que hizo un hombre, que me parece dijo era familiar, de Roque Gonzáles. Habló sobre cómo habían liberado a todas las mujeres que encerraron al mismo tiempo que a él, pero que a él lo mantenían preso sin pruebas, por participar del Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana, por pensar distinto, por protestar. Su voz era muy crítica y al mismo tiempo hablaba con mucho dolor.
A los 90 segundos de comenzada su intervención ya se oían voces gritando que lo corten, que se calle, que lo sienten. Voces que gritaban ‘terrorista’. Voces de abogados y gente que maneja actualmente nuestro país y que no le interesa escuchar realmente las opiniones de aquellos que pensamos y sentimos diferente. Me dio muchísima vergüenza y pedí que se callen. El hombre terminó y aquellos que aplaudimos lo hicimos muy fuerte.
La segunda cuestión que me interesa comentar es la intervención que, justamente, yo había ido a escuchar. Manolo Forno, un importante dirigente de la comunidad LGBT se paró a hablar. A los primeros oradores los habían introducido con cargos pomposos, pero de Manolo solo dijeron el nombre. Comenzó así: “Soy Manolo Forno y vengo en representación de los gays, lesbianas y transexuales de Lima…”: todo el auditorio volteó a mirar. Percibí sus rostros de burla, pero luego Manolo siguió: “quiero contar el caso de una compañera trans que fue agredida hace casi un año para ejemplificar el poco acceso a la justicia que tiene nuestra población”. Estaba hablando de Yefri Peña.
Yefri Peña es una chica travesti que trabaja como promotora de salud en el Ministerio de Salud, educando a la población travesti sobre prevención de infecciones de transmisión sexual y VIH. El 28 de octubre del 2007 ella se encontraba realizando su labor cuando 5 hombres comenzaron a hostigarla, la insultaron; la atacaron, le cortaron la cara y el cuerpo; la violentaron. Ella tuvo que pretender que estaba muerta para que dejaran de golpearla. Cuando acudió a la policía para que la ayuden a llegar al hospital, estos “servidores públicos” fueron indiferentes. Logró llegar con la ayuda de un sereno al que le tuvo que pagarle para que la lleve. Los médicos le pusieron 180 puntos en todo el cuerpo. Su caso está siendo procesado hace un año.
Lo que acabo de relatar no es un caso aislado. Es el mismo tipo de discriminación que podría ocurrirle a cualquier ciudadano o ciudadana por el color de su piel, su apariencia, su oficio, edad, creencia religiosa, tendencia política, sexo u orientación sexual. Es el mismo tipo de discriminación que se da cuando un hombre va a la comisaría a denunciar a su esposa por violencia doméstica y le dicen “Anda a llorar donde tu mamá, maricón”.
Es necesario que veamos que la falta de libertad para construir nuestra identidad, nuestra sexualidad, nuestra afectividad, nuestro cuerpo y nuestra forma de ser y estar en el mundo nos puede llevar a la muerte. Y no sólo a aquellos y aquellas que somos bisexuales, lesbianas, gays o trans; sino a todos y a todas, cuando constantemente se nos repite que debemos ser mujeres así u hombres asá.
Cuando Manolo terminó de hablar, Susel Paredes levantó la voz y dijo: ¡LESBIANAS, GAYS, TRANS Y BISEXUALES! Y nosotras felices gritamos ¡PRESENTES! Los demás reaccionaron con risas. Claro, el discurso culto es ser ‘tolerante’, y supongo que esa es la razón por la cual no nos callaron. Sin embargo rieron y rieron porque les jode en lo más profundo de su ser, porque les incomoda, porque no se hubieran reído si hubiéramos sido “¡MUJERES, NIÑOS Y ANCIANOS: PRESENTES!”
Al final quedé tranquila porque fuimos visibles ante jueces, fiscales, magistrados, vocales, y medios de prensa. Porque no se esperaban que la comunidad LGBT participara en su audiencia por la justicia, pero allí estuvimos, transgrediendo y revolucionando. Sería lindo que para la próxima los abogados gays y las abogadas lesbianas que estaban sentadas allí también gritaran con nosotras, nosotros. Ojalá ellos y ellas también se animen a ventilar su closet.
Por Malú Machuca
(Fuente: insurrectasypunto.org)
Participaron Francisco Távara (Presidente de la Corte Suprema de la República y jefe máximo del Poder Judicial), Elcira Vásquez (jefa de la Oficina Control de la Magistratura y vocal suprema titular), Pablo Talavera Elguera (Vocal superior Coordinador de la Sala Nacional del Terrorismo) y Francisco Miró Quesada (editor de Relaciones Comunitarias del diario El Comercio) entre otras personalidades, la mayoría magistrados, abogados, etc. Quería resaltar varias cuestiones “curiosas” durante este evento.
La primera de ellas fue la torpe argumentación de Távara para justificar por qué se debería cumplir la ley en el Perú. Entiéndase “todos somos católicos”, “creemos en el Señor de los Milagros”, “todos creemos en Dios”. Honestamente su falta de pluralidad no me sorprendió. Las palabras de introducción duraron alrededor de 1 hora, y luego se dio palabra a los oradores por 3 minutos cada uno. Ninguna mujer logró participar como oradora de lo que yo pude observar. Las primeras en participar fueron personas que trabajan para el Estado, pero tengo que mencionar ciertas intervenciones que fueron ejemplificadoras.
Hubo un abogado arequipeño que acusó de corrupción a Elcira Vásquez, que dio pequeños brincos en su gran asiento mientras lo escuchaba. Él se quejaba de la lentitud de los procesos, contando que había tramitado 120 habeas corpus a todos los y las congresistas de la Nación. Fue muy aplaudido. Hubo otras intervenciones parecidas acusando de corrupción a la gente sentada en la Mesa de Honor, llamados de atención al diario El Comercio, y menciones a Agustín Mantilla y otros búfalos apristas como los titiriteros del país.
Sin embargo, debo recalcar dos intervenciones como las más importantes para mi sentir particular. La primera fue aquella que hizo un hombre, que me parece dijo era familiar, de Roque Gonzáles. Habló sobre cómo habían liberado a todas las mujeres que encerraron al mismo tiempo que a él, pero que a él lo mantenían preso sin pruebas, por participar del Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana, por pensar distinto, por protestar. Su voz era muy crítica y al mismo tiempo hablaba con mucho dolor.
A los 90 segundos de comenzada su intervención ya se oían voces gritando que lo corten, que se calle, que lo sienten. Voces que gritaban ‘terrorista’. Voces de abogados y gente que maneja actualmente nuestro país y que no le interesa escuchar realmente las opiniones de aquellos que pensamos y sentimos diferente. Me dio muchísima vergüenza y pedí que se callen. El hombre terminó y aquellos que aplaudimos lo hicimos muy fuerte.
La segunda cuestión que me interesa comentar es la intervención que, justamente, yo había ido a escuchar. Manolo Forno, un importante dirigente de la comunidad LGBT se paró a hablar. A los primeros oradores los habían introducido con cargos pomposos, pero de Manolo solo dijeron el nombre. Comenzó así: “Soy Manolo Forno y vengo en representación de los gays, lesbianas y transexuales de Lima…”: todo el auditorio volteó a mirar. Percibí sus rostros de burla, pero luego Manolo siguió: “quiero contar el caso de una compañera trans que fue agredida hace casi un año para ejemplificar el poco acceso a la justicia que tiene nuestra población”. Estaba hablando de Yefri Peña.
Yefri Peña es una chica travesti que trabaja como promotora de salud en el Ministerio de Salud, educando a la población travesti sobre prevención de infecciones de transmisión sexual y VIH. El 28 de octubre del 2007 ella se encontraba realizando su labor cuando 5 hombres comenzaron a hostigarla, la insultaron; la atacaron, le cortaron la cara y el cuerpo; la violentaron. Ella tuvo que pretender que estaba muerta para que dejaran de golpearla. Cuando acudió a la policía para que la ayuden a llegar al hospital, estos “servidores públicos” fueron indiferentes. Logró llegar con la ayuda de un sereno al que le tuvo que pagarle para que la lleve. Los médicos le pusieron 180 puntos en todo el cuerpo. Su caso está siendo procesado hace un año.
Lo que acabo de relatar no es un caso aislado. Es el mismo tipo de discriminación que podría ocurrirle a cualquier ciudadano o ciudadana por el color de su piel, su apariencia, su oficio, edad, creencia religiosa, tendencia política, sexo u orientación sexual. Es el mismo tipo de discriminación que se da cuando un hombre va a la comisaría a denunciar a su esposa por violencia doméstica y le dicen “Anda a llorar donde tu mamá, maricón”.
Es necesario que veamos que la falta de libertad para construir nuestra identidad, nuestra sexualidad, nuestra afectividad, nuestro cuerpo y nuestra forma de ser y estar en el mundo nos puede llevar a la muerte. Y no sólo a aquellos y aquellas que somos bisexuales, lesbianas, gays o trans; sino a todos y a todas, cuando constantemente se nos repite que debemos ser mujeres así u hombres asá.
Cuando Manolo terminó de hablar, Susel Paredes levantó la voz y dijo: ¡LESBIANAS, GAYS, TRANS Y BISEXUALES! Y nosotras felices gritamos ¡PRESENTES! Los demás reaccionaron con risas. Claro, el discurso culto es ser ‘tolerante’, y supongo que esa es la razón por la cual no nos callaron. Sin embargo rieron y rieron porque les jode en lo más profundo de su ser, porque les incomoda, porque no se hubieran reído si hubiéramos sido “¡MUJERES, NIÑOS Y ANCIANOS: PRESENTES!”
Al final quedé tranquila porque fuimos visibles ante jueces, fiscales, magistrados, vocales, y medios de prensa. Porque no se esperaban que la comunidad LGBT participara en su audiencia por la justicia, pero allí estuvimos, transgrediendo y revolucionando. Sería lindo que para la próxima los abogados gays y las abogadas lesbianas que estaban sentadas allí también gritaran con nosotras, nosotros. Ojalá ellos y ellas también se animen a ventilar su closet.
Por Malú Machuca
(Fuente: insurrectasypunto.org)
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