El día de ayer el diario chileno "El Mercurio" publicó las cartas de amor entre la Premio Nobel chilena Gabriela Mistral y su albacea estadounidense Doris Dana. Donde se confirmaría el lesbianismo de la gran poeta chilena Gabriela Mistral.
Las misivas salen a la luz con la publicación de la correspondencia que ambas mantuvieron y que fue donada al Gobierno chileno.
La íntima relación que unió a la poetisa chilena Gabriela Mistral con su albacea estadounidense Doris Dana sale ahora a la luz con la publicación de la correspondencia que ambas mantuvieron y que fue donada al Gobierno chileno.
Cuando la Premio Nobel de Literatura falleció en 1957, su legado pasó a manos de su compañera y secretaria Doris Dana, empleada ocasional del Departamento de Estado de EE.UU. y 31 años más joven que la poetisa chilena, a la que conoció en Nueva York.
Dana falleció a fines de 2006 y su herencia recayó entonces sobre su sobrina, Doris Atkinson, que donó al Gobierno chileno el valioso legado literario, de más de 40.000 documentos, para que sea custodiado por la Biblioteca Nacional.
La prensa chilena recoge hoy parte del contenido de esas cartas, que se citan en el libro elaborado por el conservador del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, Pedro Pablo Zegers.
"Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí", escribió Mistral a Dana el 22 de abril de 1949, según el diario El Mercurio.
Las dos mujeres se conocieron a raíz de una traducción al alemán que hizo Dana de un texto de Mistral en homenaje al también Premio Nobel de Literatura Thomas Mann, escritor alemán nacionalizado estadounidense, al que fueron juntas a visitar a California.
"A partir de este punto, tanto la relación entre ambas como el epistolario que la narra no tiene punto de retorno. Hay en ellas, en Gabriela y Doris, en sus cartas, un cruce de intensas personalidades cargadas de emotividad y pasión. De admiración y de orgullo, de velos y entreveros, de felicidad y de angustia", escribe Zegers.
La académica estadounidense Elizabeth Horan también ha indagado en esas misivas, para incorporarlas a la biografía que prepara sobre la escritora chilena, y publica hoy en el diario La Tercera un extenso relato que incluye una entrevista que mantuvo con Dana.
"Tal vez fue una locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía", se lee en una misiva para Dana fechada el 20 de abril de 1949 en Veracruz (México), donde Mistral también residió.
"Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún", escribió Mistral en una libreta, en la que Dana añade: "Quiero conocer estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza. He dado a ti (sic) la prueba de mi confianza".
"Lo subterráneo es lo que no digo. Pero te lo doy cuando te miro y te toco sin mirarte", dice Mistral. "¿Y piensas tú que en mi mirada a ti y mi manera de tocar a ti no hay cosas que yo pueda decir o mostrar? He vivido siglos buscando a ti (sic)", responde Dana.
La publicación de la relación epistolar entre ambas mujeres contribuirá a profundizar en la vida y obra de Mistral, que durante años compaginó su pasión literaria con su trabajo como cónsul de su país, lo que la embarcó en una vida itinerante.
Aquí los fragmentos del libro editado por el Conservador del Archivo del Escritor. "Niña errante", que publica la Biblioteca Nacional y Random House-Mondadori, abarca la correspondencia desde 1948 a 1956.
(Fuente: rpp.com.pe, elmercurio.com)
Las misivas salen a la luz con la publicación de la correspondencia que ambas mantuvieron y que fue donada al Gobierno chileno.
La íntima relación que unió a la poetisa chilena Gabriela Mistral con su albacea estadounidense Doris Dana sale ahora a la luz con la publicación de la correspondencia que ambas mantuvieron y que fue donada al Gobierno chileno.
Cuando la Premio Nobel de Literatura falleció en 1957, su legado pasó a manos de su compañera y secretaria Doris Dana, empleada ocasional del Departamento de Estado de EE.UU. y 31 años más joven que la poetisa chilena, a la que conoció en Nueva York.
Dana falleció a fines de 2006 y su herencia recayó entonces sobre su sobrina, Doris Atkinson, que donó al Gobierno chileno el valioso legado literario, de más de 40.000 documentos, para que sea custodiado por la Biblioteca Nacional.
La prensa chilena recoge hoy parte del contenido de esas cartas, que se citan en el libro elaborado por el conservador del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, Pedro Pablo Zegers.
"Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí", escribió Mistral a Dana el 22 de abril de 1949, según el diario El Mercurio.
Las dos mujeres se conocieron a raíz de una traducción al alemán que hizo Dana de un texto de Mistral en homenaje al también Premio Nobel de Literatura Thomas Mann, escritor alemán nacionalizado estadounidense, al que fueron juntas a visitar a California.
"A partir de este punto, tanto la relación entre ambas como el epistolario que la narra no tiene punto de retorno. Hay en ellas, en Gabriela y Doris, en sus cartas, un cruce de intensas personalidades cargadas de emotividad y pasión. De admiración y de orgullo, de velos y entreveros, de felicidad y de angustia", escribe Zegers.
La académica estadounidense Elizabeth Horan también ha indagado en esas misivas, para incorporarlas a la biografía que prepara sobre la escritora chilena, y publica hoy en el diario La Tercera un extenso relato que incluye una entrevista que mantuvo con Dana.
"Tal vez fue una locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía", se lee en una misiva para Dana fechada el 20 de abril de 1949 en Veracruz (México), donde Mistral también residió.
"Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún", escribió Mistral en una libreta, en la que Dana añade: "Quiero conocer estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza. He dado a ti (sic) la prueba de mi confianza".
"Lo subterráneo es lo que no digo. Pero te lo doy cuando te miro y te toco sin mirarte", dice Mistral. "¿Y piensas tú que en mi mirada a ti y mi manera de tocar a ti no hay cosas que yo pueda decir o mostrar? He vivido siglos buscando a ti (sic)", responde Dana.
La publicación de la relación epistolar entre ambas mujeres contribuirá a profundizar en la vida y obra de Mistral, que durante años compaginó su pasión literaria con su trabajo como cónsul de su país, lo que la embarcó en una vida itinerante.
Aquí los fragmentos del libro editado por el Conservador del Archivo del Escritor. "Niña errante", que publica la Biblioteca Nacional y Random House-Mondadori, abarca la correspondencia desde 1948 a 1956.
LAS CARTAS April 21 st, 1949 Mi amor: [...] Cuando veo el color de verde de la primavera, pienso «esto es especial, es sacrado para mí, esto color, porque quizás en esto momento mi amor ve el mismo color -y quizás ella siente las mismas emociones inexplicables, inefables y misteriosas- en esto momento. Yo veo una flor, y recuerdo de unas flores que tú me has dado, sin palabras, en nuestro coche, en San Juan de Cocomatepec. Y súbitamente, con esto recuerdo, toda [...] es una flor, ofrecido, dado por tu mano. Veo el cielo, recuerdo millones de cielos sobre la cabeza más querida en el mundo. Y pienso «este mismo cielo toca a la cabeza de mi querida», y yo mando a ti un beso, un toque tierno y pasionado por los nubes que pasan, que tal vez van a verte pronto en [...]. Y tengo celos de estos nubes que pueden verte más pronto que yo. Y el viento -el viento me abraza- y yo ruego al viento «abraza a ella para mí, haga que ella que es mi abrazo, tierno, y pasionado». Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que estos, viento y lluvia, pueden abrazarte y besarte para mí. Doris Dana 24 de noviembre de 1949 Doris Mía: [...] A mi edad, se sabe una cosa que los jóvenes parecen ignorar: que es preciso vivir la dicha hasta que ella se va o se agota; que es estúpido abandonarla por lo que sea: negocios, cortesías familiares, turismo, etc. Que lo divino no se ha de romper, quebrar, postergar. Porque todo daña al amor, excepto él mismo. Todo es duro agrio e insípido, tonto y robado menos Él mismo. Todo es basura, desperdicio, chatez, vulgaridad, plebe, menos Él mismo. Ojalá si eso divino dura en ti, tú te aprendas esto. Es lo único que te falta entender. Tú entiendes de este mundo casi todo, Doris Mía, «fenomenito» en el «espíritu de sutileza». Procuro cuidarme para ti. Yo no tengo razón de vivir. Cuando llegaste, yo no tenía nada, parecía desnuda, y saqueada, paupérrima, anodina como las materias más plebeyas. La pobreza pura y el tedio y una viva repugnancia de vivir. Todo lo has mudado tú y espero que lo hayas visto. [...] Un abrazo tierno, Gabriela 1954 Doris querida: [...] La única ambición que yo tengo hoy es la de tener una casa donde no me hiele. Pedir la calefacción, no anda porque yo sé que los patrones quieren ahorrarse eso. Procura tú, comprar un calentador para este cuarto nuestro. O llévame a lugar tibio. Yo no lo veo. ¿Florida? ¿Y qué hago allá solita y entregada sólo a mi niñito-fantasma y a algunas feministas? Dime lo que debo hacer; pero dímelo sin cólera. Y dime a la vez si, muerta yo, te serviría de algo esa casa de Florida, pequeña pero bonita... La compraríamos a nombre de las dos, naturalmente. Podríamos ensayar de ver Florida. Aunque me pone miedo aquello de los ciclones. ¿No es mejor, dear, Nueva Orleans para el frío? Pero si tú no quieres dejar tu casa, cómprame, repito, un calentador y quedamos aquí. Sé franca. Nunca lo eres con tu pobre indita. ¿Por qué?, ¿por qué? Dímelo, por favor. [...] Tu Gabriela tuya 31 de noviembre de 1949 Doris, [...] Yo estoy haciéndote un llamado a la piedad. Tú sabes que no tengo orgullo, pero ese papel a la lástima no es cosa de mi uso, Doris Dana. Tal vez el caso tuyo actual sea el de que el amor que me diste ha pasado a otro y es a estas horas la dicha de otro. Yo prefiero saberte feliz y plena a saberte sola y vacía. Tú mereces la felicidad como pocos seres y tú no debes crear en el dolor como yo sino en la dicha, que también es creadora, Doris Dana. Me duele no conocer a ninguna amiga tuya que pudiese decirme cómo estás, cuál es tu salud y qué trabajo haces. Y no hay nadie, nadie, de las gentes de aquí que pueda recibir tus noticias y dármelas. Pero, así y todo, te pido no escribirme. Déjame curarme, déjame reaprender mi pobre vida de antes. Y no me hagas la ofensa gratuita de atribuir todo esto a la presencia de Emma Godoy aquí. Te lo repito por última vez: yo no soy la bestia de mera calentura física que tú has visto en mí. Doris Dana: yo he pagado mi culpa. Mi culpa fue forzarte al amor, llevarte a él sin que hubiese una sola chispa en ti de amor. Esto es lo que he pagado. Tú nunca habrías hecho lo que yo hice por tenerte. Pero eso no fue hecho por otra cosa, fue un amor violento de alma y cuerpo. Gabriela 15 de agosto de 1949 Doris querida , [...] Tu reserva conmigo, cosa para mí imperdonable, me cierra ahora la boca. Yo aceptaré perderte sin decirte un ¡ay! De ayes está llena mi garganta, Doris Dana, pero yo no soy un romanticón ni un sentimentaloide. Yo voy a callar y a dejar tu vida libre. Tal vez lo que tú has buscado en estos días es sólo eso: recobrar tu libertad entera. (Tú eres de una raza libertaria y yo de una raza esclavista.) No llores por esta carta. Me es más fácil, mi amor, escribir que hablar estas cosas. Tu Gabriela. Tuyo Septiembre de 1952 Doris mía : [...] El asunto Ibáñez, vida mía, me ha hecho una impresión horrible, Él y su segundo, Torreblanca, son mis peores enemigos y han vuelto los dos. Para resolver o no mi jubilación, necesito de ti. Comunica a quien sea necesario que vamos rectamente hacia un fascismo militar y civil. (La mujer Guevara [Matilde Ladrón de Guevara] está ya organizando a las mujeres.) Todo lo que acabo de leer -y es mucho- todo es de un fascismo directamente dirigido a tu país, como una flecha. Pero esto mismo tiene, a la vez, entraña comunistoide. Debes seguir «los pasos» de esa mujer que viaja mucho ahora a la Argentina. [...] Toda tuya, Gabriela April 21, 1949 Preciosa , [...] Vida mía, no sé qué debo decir sobre tus preguntas respecto a dónde podemos ir. Sobre todo quiero tu felicidad! No sé si de veras, tú podrías ser feliz en los Estados Unidos. Si tú regresas a Santa Bárbara o a otro lugar en EE.UU. tú vas a ser más feliz que antes -porque tú eres libre ahora de la maldad, la brujería venenosa de Coni [Saleva]- y tú tienes a mí. Yo tengo muchas faltas, chiquita, muchas faltas. Yo no soy nada. Soy un ser muy pobre para ti, pero, al pesar de esto, no tengo maldad, y, tal vez, tú puedes vivir conmigo una vida más alegre, y más segura (con más confianza). [...] Te quiero -linda- y todas mis esperanzas viven en ti. ¡Cuídate para mí! ¡Come! ¡Duerme! Yo veo a retratos tuyos -yo leo otra vez tus cartas- y, para mí, todo el aire de Nueva York es lleno, lleno, lleno, de ti. Tú estás en mi sangre. No hay nada que pueda hacer sin ti, porque tú vivas conmigo. Y a cado rato yo pienso del edificio tan cerca, en lo cual he visto a tus ojos por primera vez, hace tres años. Nunca en mi vida puedo olvidar la conferencia famosa de Barnard. Nunca he olvidado esto. [...] Duerme, duerme bien -te quiero- tú eres mi esperanza. Mañana voy a leer otra vez tus cartas, y voy a contestar las cosas que no he contestado hoy. Cuídate, para nosotros. Tu «amor mío», tu hijita que siempre te quiere, ¡¡para siempre!! [Doris] 6 de agosto de 1952 Doris mía : hoy, de tarde, llegará Palma. Eso parece; con ella nunca se sabe. Y pasado mañana parece que llega Gilda. Tanto que me habrían servido en estos días de la crisis -¿histérica?- de Alone. Este mal hombre ha vivido en esta casa sólo su noche y al final ni aun la noche. Yo le había escrito y dicho que si le faltaba dinero yo se lo daría. Tiene toda la soberbia chilena más la de los jueces literarios (críticos). Usaba en la casa solamente la cama. Salía de mañana antes del desayuno y no regresaba sino de noche. Nunca lo he visto leer ni comprar un solo libro ni una sola revista. Aun pobrecita, yo, con mi jubilación suprimida, nunca dejé de leer en Italia. Él, ni aun el periódico leyó... Tú recuerdas lo del escándalo que lo hizo salir de Chile. No puedo pensar sino que aquí ha hecho la misma vida y nunca sabré si esta partida suya violenta y sin despedirse, como un patán, venga de que la policía lo haya descubierto en algo... Pero le vi al final unos ojos de odio chileno. Tendré en él un nuevo y tremendo enemigo. A ti te quiso y las dos veces en que te nombró su cara se iluminaba por una sonrisa de cariño. (Tú eres, Doris, una tremenda coqueta, hasta para esos solterones que odian a las mujeres.) [...] Un abrazo Gabriela 1953 Sueño con Yin Yin Chiquita Doris : [...] De pronto, yo he tenido esta noche una presencia de Yin que me ha despertado bruscamente. Yo he soñado a Yin de una manera penosa para mí. Él me ha dicho que yo lo he olvidado y me desperté bruscamente y me he quedado pensando muchas cosas. Al fin he quedado viendo -creo- la razón de esto. La cara de él era muy seria y me hablaba pero yo no le he entendido. Me decía que yo no tenía nada de él conmigo ni la casa donde él vivió conmigo. No sé decirte y no sabré contarte su cara y la expresión de ella. Por fin yo le dije: ¿Qué quieres chiquito? ¿Es verdad que has venido, que eres tú? Y, con la misma expresión que no sé expresar me dijo: No tienes nada de lo que tenías para acordarte de mí. A mí se me trabó la lengua. Yo sólo miraba su rostro, el mismo suyo, que he visto varias veces, en el sueño siempre. Pero esto era tan fuerte esto que, como siempre cuando lo veo en sueño. Le dije como otras veces: Tuve valor para hablar y me senté en la cama. Había bajado la cara y así y así me dijo: Vas a vender todo lo que era mío y te vas a olvidar de mí. Yo no podía más y le dije con un habla que no parecía de mí: Chiquito, eres tú, ¿por qué me hablas así? Quería yo y no podía hablarle claro sino como cuando se balbucea. Yo temblaba y quería y no podía pensar si le respondía o no. Él seguía fijo, fijo, mirándome. Le dije al fin con un habla cortada de puro miedo: Tú no quieres que yo venda eso. Siguió: Buda has perdido todo lo mío y no tienes nada. Y aquí, en este punto ya no pude más hablarle. Estuvo fijo y no sé cómo desapareció. [...] De sus palabras no entiendo sino esto: que yo me he separado de él, porque yo iba a su sepultura con frecuencia en mi país, y aquí le rezo mucho menos. Pero además, te lo digo con toda verdad, nunca me había hablado así, como celoso, con un tono nada cariñoso, Doris. [...] Tu Gabriela 15 de diciembre de 1952 Doris silenciosa y alejada. [...] Yo pediré a Nueva Orleans, Florida o Tacna. Contaron que ya está ocupado. Eso era estar al lado de Chile. Tal vez tienen miedo de esto porque Ibáñez debe recordar bien que él me echó del servicio. Nadie puede saber el efecto que tiene en mí el perderte, Dana. Es realmente caer en un pozo vacío y negro: es algo que se parece mucho a la muerte. [...] El Señor te guarde, Tu Gabriela 21 de mayo de 1949 Cara Doris: [...] Me parece tonto y vano contarte la vida que ha sido la mía en las dos semanas de tu silencio. Es vano porque tú, a pesar de tu inteligencia y tu sutileza no has comprendido ni la a de mi temperamento. Sólo viste en mí el lado de niño estúpido y carente de toda lógica. No has conocido la naturaleza primitiva, no civilizada, que me llevó siempre a pedir a los seres que quise una total limpieza del alma y el cuerpo y una absoluta lealtad. Por esto me quedé solo. Pero, aun cuando sea tan espantoso perder a los seres queridos, voy a morirme como vine, bajo el signo de lo Absoluto. No todo es en mí infancia y torpeza, Doris; hay también una adultez recóndita que en el momento dado me hace ver y palpar toda la realidad. Es el caso presente. Lo que pierdes en mí son muy pocos años de amistad terrestre. Y esto mismo lo pierdes a medias. Porque yo te pido contar conmigo en cualquier situación dura que se te presente. El afecto que tú me has tenido ha sido, según la propia expresión tuya, filial. No quemes eso también, no lo arrojes de ti por orgullo herido. Escríbeme en cualquier caso de emergencia. Pero yo te ruego que no me escribas sino por una razón de esa especie. Y te pido igualmente no venir a Jalapa. Mi ánimo está muy trabajado por los días pasados. Me harías mal y tú no quieres hacérmelo. (Un mal moral muy fuerte y el daño físico correspondiente a él.) Tu psicología es cabal para la gente de tu raza; pero ello ha errado enteramente con este ser elemental, sin matices y brutalmente sincero, que llama al pan pan y al vino vino. Te engañaron mis horas y mis días de sonambulismo. Yo recobré por unos meses contigo, mi fe en lo humano; yo creí, yo confié, yo me di. La caída ha sido tremenda. Necesito ahora rehacer mi espíritu y también mi cuerpo. Así, en soledad y en silencio. No intentes tú, con esa piedad que en ti reemplaza al amor, rehacer lo dañado y zurcir lo roto. Yo no sirvo para esa clase de manipulaciones. La piedad te falló esta vez; no supiste que una criatura puede deshacerse, estropearse, en unos cuantos días de angustia pura (absoluta). Es cierto que eres muy joven y que tienes mucha fe en ti y en el poder del encanto no poco misterioso que Dios puso en ti y que obró sobre mí. Pero la verdad es que lo vivido por mí contigo era algo tan absurdo -y tan perfecto- que no podía durar. Era de un absurdo descomunal. [...] Me parece un sueño el que yo tenga que escribir una carta como la que estoy haciendo para ti. Yo te he visto ser con todos de una extremada cortesía, y ser además una persona bondadosa. No sé por qué causa yo vivo esta pesadilla de que tú me rehúses una carta de diez líneas, diciéndome qué cosa ocurre. Sea que hayas reanudado tu relación con el psiquiatra, o con M.M., es asunto de mera humanidad escribir, responder a una persona que no te ha ofendido ni en pensamiento. Ay, Doris Dana, ¡no te hagas un Karma doble con esta crueldad que no tiene superlativo! He visto un verdadero examen de conciencia y no hallo en mí sino una culpa: haber creído, a base de la coquetería que tú tienes con casi todos, que había en ti algo parecido al cariño por mí y haber obrado en consecuencia con eso. Debiste tú haberme dado una rehúsa neta e inmediata. No hubo nada parecido a eso. Tal vez comenzaste un juego conmigo cuyo calificativo prefiero no estampar. No se juega así con seres de mi especie; creo que nadie hizo nunca conmigo algo semejante. Y por esto y por mucho más, yo vivo ahora en un verdadero estupor, en un asombro del cual no logro salir. Parece una burla que me hiciese el Demonio. [...] Quemados el sentimiento y la pasión, yo guardaré hacia ti un agradecimiento profundo de la ayuda que me diste para vivir. En esta vida o en otra, eso te será devuelto por Dios o por los seres. Adiós, Doris Dana. Sé feliz con quien sea. Gabriela |
(Fuente: rpp.com.pe, elmercurio.com)
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